Vivimos tiempos suicidas. La civilización
europea fenece cultural, económica, demográfica y espiritualmente en un gran
suicidio asistido por la globalización, el multiculturalismo y la endofobia.
Millones de inmigrantes extraeuropeos invaden
impunemente nuestro suelo para beneficio de oenegés mafiosas, empresarios sin
escrúpulos y políticos felones.
Los cada vez más menguantes beneficios sociales de las agotadas democracias liberales son acaparados por esta marabunta exógena y las escasas protestas en contra de este suicidio-genocidio son acalladas y criminalizadas por unos medios de desinformación cada vez más sumisos al poder político y financiero.
Al mismo tiempo, el núcleo vital de la
sociedad desde hace milenios, la familia, es víctima de una eutanasia
consentida por una población cada vez más inculta, cobarde y estúpida.
Desde el nuevo dogma inquisitorial de la Ideología
de Género se persigue sañudamente cualquier atisbo de disidencia frente al
Pensamiento Único Políticamente Correcto.
Decía Chesterton que llegaría un día en
que habría que desenvainar la espada por afirmar que el césped es verde. Ese
día ya ha llegado. Decir que los hombres tienen pene y las mujeres vagina es un
delito perseguible por los tribunales, Y lo malo es que no hay nadie -todavía-
que desenvaine una espada para defender la verdad.
En esta atmósfera decadente y autolesiva,
el concepto de suicidio se ha convertido, paradójicamente, en un tabú.
Se ocultan sistemáticamente las cifras
crecientes de suicidios entre nuestra población. Y no, como en otras épocas,
por un repudio moral del hecho suicida en sí, sino para evitar llamar la
atención de la opinión pública sobre las causas de este aumento de muertes
autoinfligidas.
Los datos sobre suicidios, salvo alguna
fugaz reseña en la prensa de sucesos, son silenciados sistemáticamente por los
mismos periodistas que ocultan, por ejemplo, la nacionalidad de los
delincuentes para evitar que se sepa que en la abrumadora mayoría de los
crímenes cometidos en España los autores son inmigrantes.
Y es que las cada vez más escasas filtraciones estadísticas de información sobre el tema, desvelan que los españoles, aparte de los lamentables casos patológicos consecuencia de depresiones endógenas, se suicidan por causas que ponen en entredicho las bondades del sistema (desahucios de vivienda, consecuencia de los abusos bancarios institucionalizados; depresiones y transtornos consecuencia de la confusión en la identidad sexual provocada por la ideología “woke”; despersonalización potenciada por un sistema que convierte el trabajo y al trabajador en simples mercancías; etc...).
Más allá de las burdas y torticeras censuras e inquisiciones de la dictadura políticamente correcta y de sus bastardos intereses políticos, para analizar, con cierta perspectiva de profundidad, el fenómeno del suicidio hay que examinar dos de sus facetas más definitorias: las causas que lo motivan y su consideración ética en las diversas tradiciones históricas y contextos culturales.
Ambas facetas están, como veremos a
continuación, estrechamente relacionadas entre sí. Aunque, en general, en todas
las culturas se reprueba moralmente el suicidio, hay determinados casos en que
se considera aceptable o incluso honroso en función de sus motivaciones.
En la tradición guerrera japonesa, por
ejemplo, el seppuku o suicidio ritual es una práctica honorable para limpiar el
honor del samurai o de su señor. Una variable del suicidio ritual por honor es
la que conlleva un componente de protesta o denuncia ante una situación injusta
o infamante.
Es el caso de los monjes budistas que se
suicidaban prendiéndose fuego en protesta por la invasión china del Tibet, o
los casos de Yukio Mishima o, en el ámbito europeo, Dominique Venner, que
convirtieron sus muertes voluntarias en un acto reivindicativo de denuncia
contra la alienación cultural de sus respectivas patrias.
Otra variedad de suicidio guerrero nipón
consiste en atacar a un enemigo muy superior en fuerza a pesar de saber que tal
acto conllevará ineludiblemente la propia muerte. Las cargas suicidas en Iwo
Jima o los pilotos kamikazes son paradigmas de este heroísmo extremo. Hasta tal
punto estaba asumida esta cultura del honor entre los soldados japoneses que el
General Kuribayashi, defensor de Iwo Jima, hubo de prohibir esta práctica entre
sus tropas para no desbaratar sus planes de defensa.
En el Bushido se considera aceptable
también el suicidio ritual con carácter preventivo para evitar caer en las
manos del enemigo y sufrir torturas y deshonras. En este contexto, a pesar de
la distancia cultural y geográfica, se pueden encuadrar suicidios como el del
Doctor Goebbels y su familia ante el avance del Ejército Rojo y sus aliados
angloamericanos que estaban arrasando Alemania a sangre y fuego con millones de
asesinatos y violaciones entre la población civil indefensa.
No hay que hacer un gran esfuerzo de
imaginación para suponer lo que la soldadesca soviética o americana hubiera
hecho con la mujer y los hijos del ministro alemán si los hubieran capturado
vivos.
En el budismo por su parte, con su
concepción de la existencia humana como una sucesión de reencarnaciones que van
depurando el espíritu hasta alcanzar el nirvana, el suicidio se considera un
acto necio.
Algunos textos budistas incluyen, sin
embargo, casos de suicidio que Buda mismo aceptó y perdonó. Habla por ejemplo,
de los suicidios de Vakkali (Sutta Vibhanga, Vinaya III) y de Channa (Majjhima
Nikaya III) cuya causa fueron enfermedades dolorosas e irreversibles.
Buda alaba a estos suicidas no porque
buscaran evitar el sufrimiento de sus enfermedades terminales sino porque sus
mentes carecían de egoísmo y estaban “iluminadas”.
En la mitología hindú, por su parte, se
condena generalmente el suicidio salvo casos concretos regulados
específicamente. Por ejemplo en el Dharmasasthra
(Libro del la conducta moral) se permite el suicidio de la viuda durante el
funeral del esposo (suttee) o la inmolación de todas las mujeres del poblado o
tribu para evitar su violación por el enemigo en caso de guerra (jauhar).
En la mitología hebrea también hay
referencias al suicidio y no es considerado especialmente reprobable. En sus
mitos abundan los casos de suicidio, algunos de ellos en su modalidad asistida
como, por ejemplo, el de Abimelec, herido por una piedra lanzada por una mujer.
El judaísmo, como el islamismo, considera a la mujer un ser impuro por lo que
ser muerto por una de ellas se tiene por infamante. El susodicho Abimelec pide
a su escudero que lo remate para escapar a esta vergüenza (Jueces 9:54). Otros
casos de suicidio recogidos por esta mitología son los de Sansón, Saúl, Eleazar,
Judas, etc…
En otros ámbitos míticos más próximos a
nuestra cultura, como el grecorromano o el nórdico, también se
aborda la consideración moral del suicidio.
En la Grecia clásica el suicidio se
consideraba un acto reprobable. Aristóteles afirmaba que el deshonor acompañaba
al suicido. Platón, por su parte, lo consideraba un “acto injusto”. En algunas
ciudades como Tebas o Chipre, los cadáveres de los suicidas eran arrojados al
otro lado de la frontera. Se consideraba el suicidio un acto de egoísmo que
perjudicaba a la comunidad.
Aunque numerosas tragedias griegas se
culminan con el suicidio del protagonista, los griegos no lo consideraban un
acto heroico sino un desenlace trágico y lamentable.
En Roma, por su parte, según afirma
Valerio Máximo en su obra “Hechos y dichos memorables”, el ciudadano que quería
suicidarse debía pedir permiso al Senado que, si aceptaba su petición, le
proporcionaba un práctico frasco de cicuta para facilitarle la labor.
Tito Livio cuenta el caso del suicidio de
Lucrecia, esposa de Lucio Tarquino Colatino, personaje que, junto a Lucio Junio
Bruto, derrocó a la monarquía romana y fue uno de los primeros cónsules de la
República. Lucrecia fue violada por Sexto Tarquino, hijo del último rey de
Roma. Se suicidó por esa deshonra, clavándose un puñal en el corazón. Hablando
de suicidios en la época romana son inevitables las referencias a los de marco
Antonio y Cleopatra.
En la mitología nórdica son escasas las
menciones al suicidio, aunque alguna hay, como la de la doncella Ogn, que no
deseaba ser esposa del gran héroe Starkad y prefirió el suicidio.
Una faceta muy
práctica y socorrida del suicidio es su utilización como excusa, coartada o
justificación para encubrir asesinatos. Casos como los de Marilyn Monroe o Rudolf
Hess son paradigmáticos en este sentido.
J.L. Antonaya