Cuando en 1823 Fernando VII -el lamentable antepasado del lamentable monarca actual- reinstauró el absolutismo con la ayuda de su primo Luis XVIII y sus Cien Mil Hijos de la Gran Puta y de San Luis hubo españoles que, alborozados, gritaban :"¡Vivan las caenas!".
Esta pulsión masoquista, sumisa y abyecta del pueblo español ha coexistido en nuestra Historia con nuestra otra pulsión racial, la indómita y rebelde.
Y es que España sufre desde hace siglos un trastorno bipolar: El mismo pueblo que en 1808 se alzó en armas para combatir a sangre y fuego al invasor gabacho, en 1823 se humillaba ante la nueva invasión y aclamaba a uno de los peores tiranos de nuestra Historia. El mismo pueblo que se amotinó porque un Ministro de Carlos III pretendía acortar el vuelo de sus capas o el ala de sus chambergos, es el que unos siglos después se ponía un humillante bozal y aplaudía obscenamente en los balcones a los que habían decretado su confinamiento.
Ahora, al ver la subvencionada movilización de estómagos agradecidos, ministrillos puteros, charos enfervorizadas y neocatetos progretas que hace el nuevo tirano monclovita tras su aspaventero y farisaico amago de dimisión, es inevitable recordar a aquel otro populacho.
Cambia el eslógan -en vez de "¡Vivan las caenas!" ahora dicen "Claro que vale la pena"- pero el espíritu es el mismo. Semos asín.
J.L. Antonaya