jueves, 28 de marzo de 2019

LAS PLACAS DE LA CARMENA


Si no fuera siniestro, el asunto de las placas conmemorativas del Ayuntamiento de Madrid, sería hasta cómico. 
Hace poco, uno de esos manteros africanos que han venido a pagar nuestras pensiones sufría un ataque al corazón mientras desempeñaba las labores propias de su oficio de venta ilegal. 

A pesar de que la policía intentó reanimar al honrado y sindicado distribuidor de contrabando, al final éste la espichó. Estas cosas pasan.
 Aunque los negritos subsaharianos de color que nos envía Soros a través de sus oenegés de tráfico de personas suelen venir bastante lustrosos, las enfermedades cardiacas no perdonan.
La cosa no pasaría de lo anecdótico si algún avispado podemero no hubiera querido aprovechar el asunto para marcarse un tanto propagandístico. Se empezó a decir que el infarto del mantero lo había provocado la pasma municipal y se formó así el habitual barullo endófobo que nutre la propaganda progre: el pobrecito mantero víctima de la xenofobia de los guindillas y del Estado heteropatriarcal opresor y demás. Había que sacarle jugo al infarto del moreno.
Hace poco, una cuadrilla de perroflautas puso una placa en el sitio donde estiró la pata el susodicho en la que se decía que el tipo había muerto asesinado o algo así por la policía que lo había auxiliado. 
Aunque la placa se había puesto sin permiso, los concejales socialistas y comunistas del Ayuntamiento, especialmente concienciados en época de elecciones contra los infartos de miocardio fascistas y xenófobos, dio marchamo oficial al letrero de marras. 
Afortunadamente, algún contribuyente madrileño no especialmente satisfecho con las actividades decorativas del consistorio, quitó la placa y terminó con el chusco disparate. Por lo menos pudimos echarnos unas risas leyendo los amargos lamentos del rojerío en las redes sociales con su cursilería habitual.
Y es que doña Manolita Carmena y sus secuaces municipales tienen una obsesión enfermiza con esto de las placas. Aquí, mientras se borran de nuestro callejero los nombres de héroes y mártires, se le pone placa a cualquiera. Ya le pusieron una al cabecilla de una banda antifa que quiso linchar a un soldado y que se encontró con la horma de su zapato cuando éste se defendió. 
Ahora le han puesto otra a un criminal chequista, Fernando Macarro, alias Marcos Ana, por el mérito de haber asesinado a sangre fría a tres inocentes. No es el único asesino al que le rinde honores el callejero carmenita. Santiago Carrillo, el mayor genocida de la Guerra Civil también tiene ya su calle.
Es muy curiosa la fascinación del consistorio madrileño por la crónica negra.
En Madrid cada vez estamos más cerca de dedicar una Plaza a Jack el Destripador, a Antonio Anglés o a los asesinos de Puerto Hurraco. Al tiempo.