Ayer, un grupo de activistas aparentemente homosexuales
irrumpió chillando en la Catedral de Alcalá con su estridente profusión de
banderas arcoíris y su habitual actitud insultante. Todo muy democrático y
preelectoral. Al parecer, el conjunto de chiringuitos, colectivos, pesebres y
negociados que componen el lobby LGTB ha señalado como objeto de sus campañas al
obispo de la zona al que atribuyen algún tipo de ofensa a dicho entramado
propagandístico. Y han enviado a un retén de perroflautas pretendidamente
monfloritas a liarla. Cosas de la campaña electoral.
Cuando uno recuerda las cada vez más rastreras
genuflexiones de la jerarquía eclesiástica para congraciarse con la nueva
inquisición progre es inevitable reflexionar sobre lo poco efectivo de la
política de imagen del clero patrio. El Día del Orgullo Gay incluso decoraron
con banderitas arcoíris alguna de las iglesias más castizas de Madrid. Pues ni
aún así. Cuando no son las Femen cagándose y meándose en la Almudena, son los
chaperos de Alcalá vociferando en la Catedral, alguna exposición “artística” cachondeándose
de las imágenes del culto católico o cualquier otra de las habituales muestras
de libertad de expresión progre.
La ideología de género no da cuartel. Y es normal que
así sea. En las guerras de religión no hay lugar para la tregua o la
componenda. Y el conjunto de dogmas que financian generosamente Soros y sus
secuaces de la oligarquía financiera – ideología de género, multiculturalismo,
aborto, etc…- es una nueva religión tan intransigente y fanática como cualquier
monoteísmo que se precie.
Los acomodaticios y dialogantes voceros de la conferencia
episcopal deberían reflexionar sobre la razón de que los chillones activistas
subvencionados por Soros no tengan ningún problema en montar su carnaval en los
templos católicos pero ni se les pase por la cabeza hacer lo mismo en una
mezquita.
Y no es sólo por la reglamentaria endofobia del
rojerío, sino porque saben que los mojamés no se andan con remilgos a la hora
de defender sus creencias.