sábado, 6 de abril de 2019

LA MASA CONTRA EL PUEBLO




La masa es zafia, cobarde, infantiloide, mezquina y estúpida. Un filósofo griego la definió como el conjunto formado por innumerables cabezas sin ningún cerebro. Los políticos de la democracia parlamentaria medran sobre una masa cada vez más degradada. El ciudadano ideal para la Usurocracia liberal es una masa ignorante, hedonista y superficial. Un cuerpo electoral de esclavos felices sin ningún vínculo de solidaridad entre ellos. Un rebaño de consumidores imbéciles.

Lo contrario de un Pueblo.
Porque el Pueblo, al contrario que la masa, es consciente de su identidad tradicional, cultural, racial e histórica. De su Nación.
El Pueblo, al contrario que ese fofo agregado de individuos sin arraigo que es la masa, es un conjunto orgánico y vivo de familias.
El Pueblo, al contrario que el rebaño egoísta y estéril de la masa que alimenta las democracias bancarias y consumistas, se proyecta hacia el futuro en la unidad de destino de las generaciones.
El Pueblo, al contrario que la masa pusilánime de pacifistas hipócritas, empuña las armas cuando peligra su existencia.
La diferencia entre la masa y el Pueblo la marca la existencia o no de un Estado como ente superior y orgánico que articule, organice y defienda la existencia y el destino del Pueblo.
Por eso los liberales odian al Estado y lo pretenden convertir en la caricatura farisaica e hipócrita de un árbitro aséptico entre intereses pretendidamente iguales. En la coartada legal para que el poderoso esclavice al débil bajo la tramoya cínica de una pretendida igualdad de derechos teóricos. Para un liberal, la Justicia no es un ente permanente de razón, sino una cuestión de aritmética parlamentaria.
Tampoco el marxista concibe al Pueblo como una comunidad natural encarnada en la Nación. El marxista, como un vampiro ideológico del resentimiento, vive del conflicto y la cizaña. Del enfrentamiento artificioso y hebraico entre clases sociales, entre sexos, entre regiones…Al marxista no le interesa el Pueblo sino el populacho envidioso. Por eso, al igual que el oligarca liberal, es internacionalista y, una vez periclitado su discurso demagógico de la lucha de clases, se ha convertido en un mamporrero histriónico de los mismos valores globalistas que sustentan a las oligarquías financieras: multiculturalismo, feminismo, endofobia…
A medida que se degrada día a día el orden político putrefacto de la democracia parlamentaria capitalista queda más claro que la artificiosa división entre derechas e izquierdas enmascara las dos caras repugnantes de la misma moneda falsa.