La
masa es zafia, cobarde, infantiloide, mezquina y estúpida. Un filósofo griego
la definió como el conjunto formado por innumerables cabezas sin ningún
cerebro. Los políticos de la democracia parlamentaria medran sobre una masa
cada vez más degradada. El ciudadano ideal para la Usurocracia liberal es una
masa ignorante, hedonista y superficial. Un cuerpo electoral de esclavos
felices sin ningún vínculo de solidaridad entre ellos. Un rebaño de
consumidores imbéciles.
Lo
contrario de un Pueblo.
Porque
el Pueblo, al contrario que la masa, es consciente de su identidad tradicional,
cultural, racial e histórica. De su Nación.
El
Pueblo, al contrario que ese fofo agregado de individuos sin arraigo que es la masa,
es un conjunto orgánico y vivo de familias.
El
Pueblo, al contrario que el rebaño egoísta y estéril de la masa que alimenta
las democracias bancarias y consumistas, se proyecta hacia el futuro en la
unidad de destino de las generaciones.
El
Pueblo, al contrario que la masa pusilánime de pacifistas hipócritas, empuña
las armas cuando peligra su existencia.
La
diferencia entre la masa y el Pueblo la marca la existencia o no de un Estado
como ente superior y orgánico que articule, organice y defienda la existencia y
el destino del Pueblo.
Por
eso los liberales odian al Estado y lo pretenden convertir en la caricatura
farisaica e hipócrita de un árbitro aséptico entre intereses pretendidamente
iguales. En la coartada legal para que el poderoso esclavice al débil bajo la
tramoya cínica de una pretendida igualdad de derechos teóricos. Para un
liberal, la Justicia no es un ente permanente de razón, sino una cuestión de
aritmética parlamentaria.
Tampoco
el marxista concibe al Pueblo como una comunidad natural encarnada en la Nación.
El marxista, como un vampiro ideológico del resentimiento, vive del conflicto y
la cizaña. Del enfrentamiento artificioso y hebraico entre clases sociales,
entre sexos, entre regiones…Al marxista no le interesa el Pueblo sino el
populacho envidioso. Por eso, al igual que el oligarca liberal, es
internacionalista y, una vez periclitado su discurso demagógico de la lucha de
clases, se ha convertido en un mamporrero histriónico de los mismos valores
globalistas que sustentan a las oligarquías financieras: multiculturalismo,
feminismo, endofobia…
A
medida que se degrada día a día el orden político putrefacto de la democracia
parlamentaria capitalista queda más claro que la artificiosa división entre
derechas e izquierdas enmascara las dos caras repugnantes de la misma moneda
falsa.