sábado, 1 de junio de 2019

NO ES POLÍTICA, ES SUPERVIVENCIA.


La coalición euroescéptica ha decidido seguir en la brecha. Y yo que me alegro. 
Quizá haya, en el futuro inmediato, defecciones y nuevas incorporaciones. Lamentaremos unas y celebraremos las otras. Pero lo fundamental es la voluntad de continuar la lucha y de entender que, por encima de matices ideológicos, propugnar la recuperación de la soberanía nacional frente al sanedrín de Bruselas es una cuestión de supervivencia. 

Cierta concepción perezosa y postmoderna considera que la política es simplemente la confrontación ideológica entre distintos modelos económicos y sociales. Quizá esto haya sido así en otras épocas. Ahora lo que se ventila es otra cosa. 
Si nos sometemos al globalismo económico, con su cohorte de mercantilización del trabajo, decadencia y degeneración cultural, pacifismo castrante, multiculturalismo genocida, feminismo delirante, apología de las aberraciones sexuales, inquisiciones politicamente correctas y demás ingredientes de ese proyecto de ingeniería social llamado marxismo cultural, ya no habrá sociedad a la que transformar. 
El Estado, convertido en débil burocracia al servicio del poder financiero seguirá siendo una caricatura grotesca y corrupta.
 La sociedad, sin referentes culturales, étnicos, espirituales ni históricos seguirá siendo cada vez más una amalgama informe de mestizos sin identidad. Un rebaño conformista y estúpido de consumidores-esclavos para enriquecer a unas élites cada vez más ricas y moralmente putrefactas. 
Europa, anegada por masas tercermundistas y agonizante demográficamente, dejará de ser un faro de civilización, el último valladar contra la barbarie esclavista y exógena, para convertirse en un recuerdo borroso. 
En esta encrucijada histórica, con una izquierda que ha dejado definitivamente de defender a los trabajadores para convertirse en mamporrera de los dogmas globalizadores y con una derecha más feladora que nunca de la finanza internacional y del sionismo, los únicos que defendemos la justicia social, la dignidad de los trabajadores, nuestra continuidad como comunidad civilizada, nuestra tradición cultural y nuestra identidad como europeos y como españoles somos los que formamos haz en torno a los proyectos que combaten contra la globalización. 
Socialpatriotas, nacionalrevolucionarios, nacionalsindicalistas, disidentes...el nombre da igual. 
El enemigo no hace distinciones. 
Personalmente, cada vez que se abre el debate cansino de los matices semánticos, me identifico más con la conocida frase de Pierre Drieu la Rochelle: "Debemos recuperar la palabra "fascista" de la boca de nuestros enemigos, de toda la palabrería democrática y antifascista. Y debemos convertir esta palabra en un desafío".
En cualquier caso, no es el momento de los debates interminables, de las pedantes erudiciones históricas, ni de las intelectualoides torres de marfil que han lastrado tradicionalmente nuestra acción política con bizantinismos estériles. 
Tampoco es el momento de las autoflagelaciones ni de los reproches desalentadores. 
Es la hora de hacer frío y práctico balance de daños, organizarnos en la forma que estimemos más eficaz y acortar al mínimo el tiempo de lamernos las heridas producidas por el revolcón electoral. Sabemos que no será el último. 
Remamos contra corriente y combatimos contra fuerzas muy superiores. Siempre ha sido así. ¿Y qué?