Cualquiera diría que nuestros políticos están esperando la aparición de Charles Bronson, en su papel del Justiciero de la Noche. Quizá para procesarlo por delito de odio o algo así y que no sea la profanación del Valle de los Caídos el único reclamo propagandístico para justificar su reparto de poltronas.
Y aparecerá más pronto que tarde, eso seguro, porque a diario se producen noticias que parecen sacadas del inicio de alguna de sus películas: Cuando alguien repele una agresión, se enfrenta al ladrón que ha entrado en su casa o defiende a una anciana atracada y pateada por un drogadicto, la ley cae sobre él.
En un país donde a las bandas de delincuentes juveniles marroquíes se les permite robar y violar con impunidad y además se les premia con ayudas muy superiores a las que cobra un jubilado o un desempleado es cuestión de tiempo que a alguien se le hinchen las pelotas.
Desde que Josué Estébanez fue encarcelado por defender su vida de un intento de linchamiento por parte de una banda antifascista, en España la legítima defensa es delito.
Cuando algún españolito de a pie se ponga a reflexionar -durante un intermedio en Telecinco- sobre el hecho de que en el Parlamento se sienten etarras y se considere "hombres de paz" a auténticos sacos de mierda, quizá empiecen a cuestionarse muchos dogmas gilipollescamente correctos.
Cuando la ley defiende al delincuente en vez de a la víctima es cuestión de tiempo que el pueblo empiece a tomarse la Justicia por su mano.
Así que es inevitable que aparezca Charles Bronson con su Wildey calibre 475.
Pero ojalá tarde lo suficiente para que antes actúe eso que algunos llaman "karma" y otros "justicia poética". Y que, por ejemplo, un atracador drogadicto como el que agredió a la anciana le haga una visita a la escritora obesa que ha aplaudido el encarcelamiento del joven que se enfrentó a él.
O que una banda de menas le dedique sus atenciones a la maruja progre que dice que los violadores moritos son en realidad las víctimas.
O que la cal viva arrojada por los negros que asaltan la frontera de Melilla -impacientes, supongo, por pagar nuestras pensiones- en lugar de sobre los picoletos que custodian la valla, caiga sobre el careto de alguno de los políticos que fomentan la inmigración masiva. O sobre algún padreángel, oenegé negrera o chiringuito subvencionado de los que viven de la misma.