sábado, 14 de septiembre de 2019

POLTRONAS Y TRILEROS

Como en un eterno y cansino Día de la Marmota, los cabecillas de esa cleptocracia que algunos -cada vez menos- consideran representantes de la soberanía nacional, siguen  con sus tiras, aflojas, órdagos y faroles de cara a la formación o no de gobierno.
Convoquen o no nuevas elecciones, parece seguro que la casa seguirá sin barrer.
Y es que, a pesar del postureo, estudiadas poses y calculadísimos exabruptos, lo cierto es que no hay prácticamente diferencia en el discurso de ninguno de los voceros del monipodio parlamentario. Aunque el envoltorio de sus discursos difiera en su grado de horterez, demagogia y adocenada vulgaridad, el contenido es, en el fondo, intercambiable.
Puede variar el grado de hijoputez manifiesta en, por ejemplo , su complicidad con el separatismo, su connivencia con las mafias oenegeras que se lucran con la inmigración o su grado de sumisión ante los poderes financieros multinacionales, pero todos comparten el discurso buenista, hipócrita y fariseo de la nueva dogmática políticamente correcta.
La verborrea de todos los líderes, desde los peperos más soplagaitas a los pesoeros más horteras pasando por los podemitas más nauseabundos o los voxeros más estridentes, está trufada de guiños y genuflexiones al dogma mundialista.
Las diferencias entre derecha e izquierda, que nunca fueron realmente relevantes en el tocomocho del régimen del 78, se han quedado en simples convenciones cada vez más impostadas.
Ser de izquierdas hace mucho que dejó de significar la defensa de la clase trabajadora o el cambio de sistema económico. Ahora la izquierda se limita a difundir consignas variopintas y estrambóticas cocinadas en laboratorios de ingeniería social con hedor a sinagoga y a consejo de administración.
Ya no se trata de enfrentar a la sociedad en una lucha de clases: Hace falta muy poca perspicacia para reparar en que la práctica totalidad de los voceros, propagandistas e iconos de la actual izquierda pertenecen a la nueva burguesía de casoplón, cuenta en Suiza y subvención millonaria. O en que el Papa que dicta y promueve los dogmas de la nueva religión progresista, Soros, es un multimillonario sin escrúpulos que ha hecho su fortuna mediante la especulación más rapaz.
Ahora la división de la sociedad se promueve creando enfrentamientos basados en las patologías psiquiátricas (ideología de género) , en el sexo (feminismo), en el genocidio antieuropeo (multiculturalismo) y hasta en la dieta alimenticia (veganismo).
La derecha, por su parte, asume alegremente estos disparates y se esfuerza en congraciarse con los sanedrines de la corrección política por miedo a ser satanizada con alguno de los sambenitos creados por la progresía para descalificar automáticamente cualquier disidencia al Pensamiento Único : machista, racista, homófobo, fascista, etc...
Tan lejos como la izquierda de cualquier pretensión de cambio en el orden establecido, la derecha, incluso en sus versiones más verdosas y pretendidamente "duras" se limita al mantenimiento de cierto discurso presuntamente patriota "ma non troppo" sin cuestionar en ningún momento el sistema político y dejando meridianamente claro su apoyo a la corrupta y anacrónica monarquía, al sistema de partidos y, por supuesto, su sumisión expresa al sionismo.
No es de extrañar que en el nuevo escenario de la farsa electoral, los argumentos de las distintas cuadrillas de trileros para conseguir votos no sean proyectos de interés nacional sino panfletadas demagógicas cada vez más pueriles y sectarias. En la campaña electoral se hablará mucho más de la profanación del Valle de los Caídos que de los contratos-basura.
Y es que, al final, el objetivo de la casta política no es - nunca lo fue- la generación de nuevos modelos de sociedad o de proyectos nacionales sugestivos, sino el puro y simple reparto del botín de escaños y prebendas para seguir parasitando a una Nación a la que, en el fondo, odian.

J. L. Antonaya