viernes, 3 de abril de 2020

EL NIÑO DE LA GUERRA


Naciste, ya es mala suerte, en plena guerra. Trabajaste como un mulo, pero no perdiste la alegría. Y pudiste darles estudios a los chicos. Y, con el tiempo, hasta llegaste a tener coche propio. Qué pintón era aquel Seiscientos que tantos domingos cargó con la chiquillería y con la cesta de los filetes y la tortilla campestre. La pobre Lola, que en gloria esté, cocinaba como nadie. Tres hijos te dio, formales y serios los dos mayores, las cosas como son. Después, la puta droga se llevó a Daniel, el pequeño, cuando no era mas que un crío. 
Julio, el mayor, se fue a Alemania y aunque te gusta presumir con los del Centro de Día contando el dineral que gana, en el fondo echas de menos sus llamadas. Sobre todo desde que faltó Lola y el piso está tan vacío. 
Por eso no te importó hacer de niñera con los de Miguel, el mediano, que aunque son dos rabos de lagartija, son más listos que el hambre. Y, a ver, tu nuera bastante tiene con la peluquería y no era cosa de que se dejaran un dineral para que alguien los llevase a la escuela.
 A veces, la artrosis te da la lata y se te hace cuesta arriba el madrugón pero no dices nada para no disgustar a Miguel. Y, oye, los chavales se dejan querer y ya hablan y razonan casi como personas mayores. Cada vez que dicen abuelo esto o abuelo lo otro, se te sigue cayendo la baba.
Lo peor es estar solo ahora, en un momento así, y saber que nadie estará contigo para despedirte.
 Cuando empezaste con la tos, nunca imaginaste que terminarías aquí, en el pasillo de Urgencias. Ni que un médico te diría que no puede ingresarte en la UCI porque ya tienes más de ochenta años y no hay respiradores para todos.

J. L. Antonaya