lunes, 13 de abril de 2020

El NUEVO TABLERO Y LAS VIEJAS PIEZAS.


A nadie se le escapa que esto del virus va a cambiar las cosas de verdad.

 Y no sólo porque la catástrofe económica que se avecina traerá consecuencias que se pueden empezar a intuir: ruina total de muchas pequeñas y no tan pequeñas empresas y autónomos, aumento brutal del paro, gigantesco endeudamiento de Estados convertidos (aún más) en títeres a merced de la Usura internacional, etc...
Tampoco por los mecanismos de orwelliano Estado policial que se están aplicando con motivo de la crisis y que algunos gobiernos se resistirán a abandonar cuando pase la pandemia.
 Tener a la población subyugada por el miedo, controlada por la propia presión social de unos vecinos convertidos en delatores y dispuesta a renunciar a su libertad de circulación, de expresión o a la privacidad de sus comunicaciones es algo demasiado atractivo para cualquier gobierno. Sobre todo si, como en el caso español, el sectarismo ideológico, el nepotismo y la mamandurria ocupan los primeros puestos en su escala de prioridades. 
Una de las medidas adoptadas con más celo por el actual Gobierno ha sido censurar (aún más) las redes sociales y construir un discurso único en todas las grandes cadenas de televisión negando cualquier responsabilidad suya en que España sea el país con más muertos del mundo por el coronavirus en relación a su número de habitantes. 
Ya han lanzado varios "globos sonda" sobre la conveniencia de implantar un microchip que controle si se ha superado la enfermedad o no. Quien dice microchip, dice pulsera con localizador, y quien dice enfermedad, dice historial médico, saldo bancario o disidencia ideológica. Están en eso y, viendo al obediente rebaño de aplaudidores a las ocho y pinchadiscos del Dúo Dinámico, saben que no protestaría casi nadie.
Es precisamente en la lucha contra esta pesadilla distópica donde va a cambiar el escenario para los pocos que, si sobrevivimos a la gran eutanasia planetaria del virus, nos negaremos a pasar por el aro. 
Porque -que nadie se haga ilusiones- seguiremos siendo muy pocos. Toda la ola de creciente y justificada indignación que vemos ante la nefasta gestión del Gobierno y que algunos medios de la derecha aprovechan para llevar el agua a su molino, se esfumará como un pedo en un vendaval si en algún momento amenaza con alterar la tramoya partitocrática que alimenta generosamente a derechas (a todas, desde la azul pálida más pusilánime, hasta la verde pistacho más vocinglera y folclórica) e izquierdas (a todas, desde la burocracia pesoera más corrupta, hasta la gusanera morada más pijiprogre, feminista y nauseabunda). 
Al final quedaremos los de siempre, satanizados por los epítetos que la neolengua progre esgrime como anatemas contra nosotros: racistas, fachas, fascistas, nazis, machistas, intolenosecuántos y heteronosequés... Los patriotas. 
No los patrioteros de pulserita rojigualda y obediencia constitucional, que serán ( que ya son) los primeros en integrarse en la nueva tramoya. 
Me refiero a esa molesta minoría de los que creemos que España es una Nación y no una puta Constitución. Ni una puta monarquía. Lo que se viene conociendo como el área, el mundillo, la cuerda... Ya me entienden.  A mí me gusta denominarlo el Fascio porque es término que suele repugnar a gilipollas, pedantes, meapilas y listillos  y que aterra a ciertos biempensantes que siempre han sido nuestro lastre. 
Y es que tendremos que replantear tácticas y estrategias con las que mantener un discurso revolucionario en un escenario en el que el único altavoz que nos quedaba, las redes sociales, también nos será negado. 
La lucha cultural contra los dogmas de la ideología dominante ya no podrá hacerse mediante presentaciones de libros a la antigua usanza por citar un ejemplo. Las concentraciones de más de nosecuántas personas es muy posible que se prohíban por motivos de salud pública. Si a eso unimos un endurecimiento de la persecución ideológica  mediante las diversas fiscalías del odio, odiosos fiscales, memorias histéricas, "malditosbulos", anapastoras inquisitoriales, chivatos y demás vástagos de burdel, la cosa no pinta muy bien.   
Pero no es ése el problema principal. El peligro, las multas y demás cabronadas que nos esperan a los disidentes no serían más que una molestia depuradora de cobardes si no ponemos remedio a nuestro principal talón de Aquiles: la atomización en taifas mal avenidas.
Contra la falta de medios se puede luchar con imaginación y constancia. Si no hay facebook, hay VK, y si la Stasi de Marlaska controla Whatsapp, hay Telegram. Y si no hay redes, volveremos al spray de pintura. 
Pero si no somos capaces de superar los prejuicios, rencillas y mezquindades cainitas que desde hace décadas han dado al traste con cualquier proyecto que empezara a despuntar en nuestra área, estaremos jodidos para siempre.
El problema no será el nuevo tablero de juego, sino la incapacidad de adaptarnos a él con nuestras viejas piezas.   

J.L. Antonaya