Cuando, expresándolo de
forma castiza, se tienen los huevos negros por el humo de mil batallas, se
suele llegar a la conclusión de que en política no existen las casualidades.
En este tiempo de muertos
y mentiras estamos acojonados, indignados y perplejos por el coronavirus, por
su negligente y criminal gestión, por el Estado policial que la chusma con
mando en plaza nos ha impuesto aprovechando la situación y por los miles de
muertos que nos está costando todo el asunto.
Muertos que son
obedientemente ocultados y convertidos en simples estadísticas por los medios
de comunicación. En las teles españolas no se ven imágenes de cadáveres ni
escenas de dolor de los familiares de las víctimas. Tampoco testimonios de los
sanitarios desesperados por la falta de medios y la desatención de las
autoridades.
En las redes sociales la
Stasi gubernamental (Nueva Trola, “verificadores independientes” y demás sanedrines
del Pensamiento Único) censuran directamente cualquier publicación que
cuestione o critique la gestión de la pandemia.
Los mismos periodistas vomitivos que hace unos años convirtieron en drama nacional la necesidad de sacrificar un
perro por la crisis del Ébola, ahora evitan cualquier escena que pudiera
inquietar el buenismo gregario y santurrón de los aplaudidores de balcón.
En las teles españolas no
hay lugar para la indignación, el dolor ni el luto por las víctimas. Hasta han
hecho una serie “de risa” frivolizando el asunto. Protagonizada, como no podía
ser de otra forma, por un Bardem. Y no se sonrojan ni un poquito.
Toda este esperpento macabro
y obsceno hace que estemos pendientes de las mil y una miserias cotidianas con
las que los políticos de todos los signos intentan arrimar el ascua de la
epidemia a su sardina partidista y no analicemos ni prestemos atención a las
consecuencias que nos esperan.
Hay una frase, no por
sobada menos cierta, que afirma que lo que caracteriza a un gilipollas es que,
cuando le señalas la luna, se queda mirando el dedo. La frase no es textual,
pero creo que se me entiende. El coronavirus ha agilipollado al planeta entero
y el dedo ensangrentado de la estúpida y malévola gestión política de la
pandemia, oculta la luna de un gran cambio de paradigma social y cultural.
Es difícil todavía evaluar todo el alcance que
tendrá el asunto aunque algo se va intuyendo. Y la cosa acojona bastante.
El escenario que se va
dibujando va pareciéndose cada vez más a una novela ciberpunk (Estado policial,
chip subcutáneos y demás martingalas para el control de la población, fomento
de la delación entre los ciudadanos por parte del Gobierno, endeudamiento de
las naciones como paso previo a su total sumisión a la finanza internacional,
miseria y ruina económica, restricciones a la libertad de movimiento…) Es como
si el guión hubiera sido escrito por un comité formado por el autor de los
Protocolos de los Sabios de Sión, un delegado de la Fundación Rockefeller y un
publicista de las farmaceúticas de Bill Gates.
Hace tiempo que la lucha
política ya no se establece entre esos dos espantajos conceptuales llamados
derecha e izquierda. Hoy la izquierda defiende los mismos planteamientos
globalistas y usureros que la derecha.
Los emporios subvencionados
de la progresía (openarms, opensocietys y openojetes de todo tipo) recubren con
un barniz de buenismo santurrón las grandes operaciones del capitalismo
internacional. La inmigración masiva extraeuropea, pensada para mantener bajos
los salarios, es defendida por sindicatos y partidos de izquierda. El
multiculturalismo, que pretende formar una sociedad de mestizos sin identidad
ni referencias culturales, un rebaño sumiso para consumir y trabajar, es presentado
por la progresía como algo deseable y socialmente avanzado.
El izquierdista no es más
que un derechista que se ducha poco.
Pero hay quien todavía
mira el dedo cortoplacista y hasta aboga porque el sector socialpatriota se
vuelva a convertir en guardia de la porra de la derecha más carca.
Hace poco, en algún
digital “del mundillo”, alguien criticaba la “equidistancia” de los que no
tragamos con la hemiplejia mongola de las derechas e izquierdas. Venía a decir
que, hombre, no seamos así, que el problema es la banda izquierdosa que se
aposenta en la Moncloa, que, en el fondo, los de derechas son buenos chicos y
hasta nos dan palmaditas a veces.
Que lo que hay que hacer
es echar a Pedro Sánchez y luego ya veríamos.
Para el autor del
artículo, que confundía equidistancia con coherencia, todo el problema
consistía en cambiar de collar al perro y sentar en la Moncloa a Abascal, a
Casado o a algún otro representante de la derecha liberal defensora de la libre
circulación de capitales y de trabajadores. El mismo planteamiento que los
rogelios pero con pulseritas rojigualdas.
La lucha que nos espera
es otra. En un bando estarán los defensores de un Gobierno mundial controlado
por la élite financiera. Y en el otro los que defendemos las soberanías
nacionales como garantía de la libertad y la identidad de los pueblos.
Los que defienden la amalgama
multicultural que fabrica individuos sin referencias culturales, raciales ni
nacionales -fácilmente sometidos por ese Gobierno mundial- frente a los que
defendemos la familia y la estirpe como seña de identidad y núcleo de la
sociedad que se encarna en un Estado nacional y soberano.
Hoy mismo he leído que el
Vaticano está a favor de – cito textualmente al diario casposo-monárquico más
conocido - “la creación de una autoridad mundial que controle el sistema
financiero”. Con un par. La gusanera eclesial ya no se corta a la hora de
mostrar sus afinidades y obediencias. Los que algún Papa calificó como “hermanos
mayores” dictan cada vez menos disimuladamente las declaraciones de sus “hermanos
menores”.
En la guerra que viene,
el Papa, el FMI, Bill Gates, los Rotschild y los diversos lobbys progres
financiados por Soros están en el mismo bando.
Y a los que estamos
enfrente nos esperan tiempos difíciles y ya no nos quedan ni cobardes que
depurar.
No queda sino apretar el
culo y esperar la cornada procurando estorbar y molestar lo más posible a la
banda de cabrones y usureros que aparecerá para recoger los frutos de su puto
virus.
J.L. Antonaya