jueves, 2 de abril de 2020

LA NUEVA CATETICIDAD





Llegó el apocalipsis y nos pilló con el culo al aire. Hay quien todavía se sorprende ante esa mezcla de negligencia criminal, hipocresía y desfachatez que exhiben nuestros gobernantes ante la pandemia y que intentan presentar como inevitable.

 Los muertos, incontables, se amontonan en tanatorios improvisados. Los enfermos, sobre todo si son ancianos, mueren abandonados en sus casas o en los abarrotados pasillos de los hospitales.
Los médicos y enfermeros carecen de unos mínimos medios de protección que la torpeza burocrática  retiene y escatima.
No hay test para diagnosticar el contagio, salvo para la obscena casta política con respiradores reservados en las clínicas privadas o en sus casoplones de nuevos ricos.
Si un escenario así se hubiera propuesto como hipótesis hace sólo unos meses, los todólogos de las amañadas tertulias mediáticas hubieran profetizado un estallido social con barricadas y tiros.
Y no. El españolito posmoderno, acostumbrado durante décadas a obedecer las consignas mongoloides, progresistas, afeminadas y blandengues del Pensamiento Único Políticamente Correcto, no se rebela ante las cada vez más burdas desinformaciones de los periodistas apesebrados. El gregario rebaño pastoreado por anarrosas, juliaoteros, guarromings folloneros y demás portavoces oficiales de la posmodernidad más hortera y casposa, obedece ciegamente.
Y no. El complaciente tontolaba de a pie, tan cuidadoso en imitar la neolengua “inclusiva” eufemística, feminista,  cursi y adocenada de locutores ágrafos, políticos catetos y teleputillas de tertulia, no se inmuta ante el descontrol y el caos. Sigue aplaudiendo reglamentariamente desde el balcón no vaya a ser que la vecina podemera y cotilla lo señale con el dedo.
Y no. La generación de los “millenials”, analfabetos funcionales orgullosos de su ignorancia, está molesta por un aburrimiento acrecentado por su orfandad cultural pero no se indigna por el Estado policial que, con el pretexto de la pandemia, ha llegado para quedarse.
Y no. Los paletos de teclado que publican en las redes cursilerías de Paulo Coelho, chistes viejos y chocarrerías así, no protestan por la inquisición rabiosa con la que los “verificadores” de Facebook, censuran a destajo cualquier opinión disidente y cierran perfiles. Ha habido hasta detenciones por increpar al impresentable monclovita y a nadie parece importarle.
Adoctrinado desde hace décadas en el buenismo inane, la cobardía, la pereza y el pacifismo más ramplón, el pueblo español, con las escasas y a veces heroicas excepciones de los que, desasistidos por unos políticos incapaces, se juegan la vida para mantener los servicios imprescindibles, no protesta y no protestará tampoco cuando esto acabe.
Sólo en el caso de que el suministro de pan y circo se interrumpa, saltará. Pero, incluso entonces, no lo hará con la rebelión esforzada de un pueblo consciente de su identidad y de su sentido comunitario, sino con el caos desesperado y egoísta de la horda anárquica y aterrorizada.
Sólo los malditos, los disidentes, los impertinentes cuatro gatos patriotas y revolucionarios que sobrevivan – o sobrevivamos si los dioses lo permiten- , mantendrán encendida la llama de la rebelión en las catacumbas  del distópico mundo postvirus.
J. L. Antonaya