Llegó el
apocalipsis y nos pilló con el culo al aire. Hay quien todavía se sorprende ante
esa mezcla de negligencia criminal, hipocresía y desfachatez que exhiben
nuestros gobernantes ante la pandemia y que intentan presentar como inevitable.
Los muertos, incontables, se amontonan en tanatorios
improvisados. Los enfermos, sobre todo si son ancianos, mueren abandonados en
sus casas o en los abarrotados pasillos de los hospitales.
Los médicos y
enfermeros carecen de unos mínimos medios de protección que la torpeza burocrática retiene y escatima.
No hay test para
diagnosticar el contagio, salvo para la obscena casta política con respiradores
reservados en las clínicas privadas o en sus casoplones de nuevos ricos.
Si un
escenario así se hubiera propuesto como hipótesis hace sólo unos meses, los todólogos
de las amañadas tertulias mediáticas hubieran profetizado un estallido social con
barricadas y tiros.
Y no. El
españolito posmoderno, acostumbrado durante décadas a obedecer las consignas
mongoloides, progresistas, afeminadas y blandengues del Pensamiento Único
Políticamente Correcto, no se rebela ante las cada vez más burdas desinformaciones
de los periodistas apesebrados. El gregario rebaño pastoreado por anarrosas, juliaoteros,
guarromings folloneros y demás portavoces oficiales de la posmodernidad más
hortera y casposa, obedece ciegamente.
Y no. El complaciente
tontolaba de a pie, tan cuidadoso en imitar la neolengua “inclusiva” eufemística,
feminista, cursi y adocenada de
locutores ágrafos, políticos catetos y teleputillas de tertulia, no se inmuta
ante el descontrol y el caos. Sigue aplaudiendo reglamentariamente desde el
balcón no vaya a ser que la vecina podemera y cotilla lo señale con el dedo.
Y no. La
generación de los “millenials”, analfabetos funcionales orgullosos de su
ignorancia, está molesta por un aburrimiento acrecentado por su orfandad
cultural pero no se indigna por el Estado policial que, con el pretexto de la
pandemia, ha llegado para quedarse.
Y no. Los paletos
de teclado que publican en las redes cursilerías de Paulo Coelho, chistes
viejos y chocarrerías así, no protestan por la inquisición rabiosa con la que
los “verificadores” de Facebook, censuran a destajo cualquier opinión disidente
y cierran perfiles. Ha habido hasta detenciones por increpar al impresentable
monclovita y a nadie parece importarle.
Adoctrinado
desde hace décadas en el buenismo inane, la cobardía, la pereza y el pacifismo
más ramplón, el pueblo español, con las escasas y a veces heroicas excepciones
de los que, desasistidos por unos políticos incapaces, se juegan la vida para
mantener los servicios imprescindibles, no protesta y no protestará tampoco
cuando esto acabe.
Sólo en el
caso de que el suministro de pan y circo se interrumpa, saltará. Pero, incluso
entonces, no lo hará con la rebelión esforzada de un pueblo consciente de su
identidad y de su sentido comunitario, sino con el caos desesperado y egoísta
de la horda anárquica y aterrorizada.
Sólo los
malditos, los disidentes, los impertinentes cuatro gatos patriotas y revolucionarios
que sobrevivan – o sobrevivamos si los dioses lo permiten- , mantendrán
encendida la llama de la rebelión en las catacumbas del distópico mundo postvirus.
J. L.
Antonaya