Dedicaron entonces todos sus esfuerzos a convencerlos de las
grandes ventajas que les supondría someter a los Buenos y a los Inteligentes.
Los Hijoputas sabían
que con los Buenos y los Inteligentes fuera de juego podrían gobernar el reino
y convertirse en los únicos dueños de sus riquezas. Siempre habría una banda de
Gilipollas que los apoyaría y se creería sus mentiras. Les dijeron a los Gilipollas que eran iguales
que los Inteligentes, que ser vago da igual que ser trabajador, que ser tonto
da igual que ser listo y que ser bueno da igual que ser malo. Hasta inventaron
un Ministerio que se llamó Ministerio de Igual Da. Había nacido la Democracia
de los Duendes.
Los Gilipollas creyeron que los beneficiados con la derrota
de los Buenos y los Inteligentes serían ellos y se dedicaron con entusiasmo a
eliminar cualquier vestigio de grandeza, bondad o belleza siguiendo las
consignas de los Hijoputas.
Algunos de los duendes Gilipollas eran descendientes de
Buenos y de Inteligentes y ahora se avergonzaban de sus orígenes. Eran los que
más empeño ponían en hacer patente su gilipollez (a la que llamaban corrección
política) y obedecían cualquier orden hijoputesca; desde tirar piedras a sus
propios tejados, destruir las estatuas y
profanar las tumbas de sus antepasados, aplaudir desde sus balcones a la hora
que les ordenaban o ponerse de rodillas delante de otros Gilipollas para pedir
perdón por supuestas ofensas.
Y es que todas las
grandes obras que el talento y el trabajo de los Buenos y los Inteligentes
habían creado a lo largo de los siglos fueron consideradas ofensivas por
aquellos que, careciendo de talento e inteligencia, se habían limitado a
disfrutar de esas creaciones.
Los grandes templos de mármol y los bellos palacios de
piedra fueron demolidos para no ofender a los que habían sido incapaces de
construir otra cosa que chozas de paja.
Los delicados instrumentos musicales que habían conmovido
con sus sinfonías incluso a los elfos y las hadas fueron destruidos para no
ofender a los que creían que la música consistía en aporrear toscos tambores.
Los artísticos cuadros que parecían brillar con luz propia y
en los que estaban retratados con bellos colores los acontecimientos más
sublimes, fueron proscritos y sustituidos por telas con manchas sin forma. Y
algunos Gilipollas pagaban por ellas auténticas fortunas.
Las justas y los torneos en los que los jóvenes demostraban
su valentía también fueron prohibidos por aquellos que habían convertido la
cobardía en una virtud.
Y llegó un día en que hasta las bestias del bosque se
horrorizaron al contemplar a las estúpidas criaturas surgidas de la mezcla
aberrante y multicultural de Gilipollas con Hijoputas. Eran seres necios y
crueles que asesinaban a sus propios hijos en el vientre de sus madres, dejaban
morir a los ancianos en soledad y renegaban de su propia historia.
Cuando los Gilipollas, sumidos en la miseria y la
degeneración, quisieron librarse de la tiranía de los Hijoputas, buscaron a
algún duende bueno e inteligente para que los ayudase. Pero ya era demasiado tarde. La Bondad, la Belleza y la Inteligencia
habían sido ilegalizadas por políticamente incorrectas y todos habían muerto o
desaparecido.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
J.L. Antonaya