Cada libro es mil libros distintos porque la profundidad y color de la herida con la que nos marca la mente dependen del momento en el que se cruzó en nuestro camino.
A veces no es una herida, sino una caricia de las que erizan
el vello púbico del espíritu . O el moretón que adorna la cara tras el puñetazo
vehemente. O el cosquilleo de la lágrima al resbalar por la mejilla temblona. O
todo a la vez dependiendo de las circunstancias.
En lo referente al abajo firmante, las novelas que se
podrían incluir en la anterior categoría podrían llenar algunas estanterías
-tampoco muchas-, los poemas darían para un recital apañadete y las canciones,
bueno, para un par de cintas (la mayoría son himnos con mejor acomodo en
viriles cassettes que en lápices USB, archivos mp3 y demás afeminadas
martingalas).
Pelis también hay bastantes, claro, pero no es ningún secreto que Blade Runner (Ridley Scott, 1982) me sigue pareciendo una puta Obra Maestra, así, con mayúsculas.
Ya me
parece oir el creciente rumor, mezcla de despectivas carcajadas, exclamaciones
de asombro, silbidos de burla y comentarios condescendientes con los que
algunos cinéfilos ortodoxos corean mi anterior declaración.
Son los que se
emocionan ante el sobrevalorado panfleto antinazi de Casablanca ,
el épico (y magnífico) folletín de Lo que el viento se llevó o
incluso ante la sensiblera basura mojigata de Sonrisas y Lágrimas .
Allá cada cual con
sus perversiones.
Hay incluso quien
considera cine las estridentes y horteras bujarronerías de Pedro Almodóvar, o
las judiadas neuróticas de Woody Allen, aunque creo que, gracias a los dioses,
esa fauna no forma parte de los lectores de este blog.
O a lo mejor sí (Me
había olvidado de los "newtrolls", trolls a secas, Brigadas de
Información, Policías del Pensamiento, Fiscales del Odio y demás sanedrines del Pensamiento Único
que velan por la pureza de nuestra mente y la politicamente correcta ortodoxia
de nuestras publicaciones. Un saludo para todos ellos y para sus putísimas
mamás.)
Quizá Blade Runner no sea la mejor peli de don Ridley. Quizá
lleve razón mi frate Giovanni Trochs y sea su napoleónica ópera prima la que
deba ostentar ese galardón.
Pero sigo considerando insuperable la atmósfera
retrofuturista con la que Scott barnizó la obra de
Arthur C. Clarke.
Cuando, por obra y gracia de la Plandemia globalista, la
frontera entre la realidad cotidiana y las distopías de la ficción es cada vez
más difusa, Blade Runner dibuja un mundo que quizá no sea ya tan inverosímil
pero que, desde luego, es más estético que la siniestra y vomitiva "Nueva
Normalidad".
Prefiero las ovejas eléctricas de Arthur C. Clarke a los
borregos con mascarilla y cobayas "vacunadas" de la Agenda 2030.
Ahora, ante la constante campaña de terror de las teles covidianas, es cuando se entiende mejor que nunca la frase del atormentado replicante Roy
Batty: “Es toda una experiencia vivir con miedo ¿verdad? Eso es lo que significa
ser un esclavo.”.
J. L. Antonaya