sábado, 31 de julio de 2021

UN TELÉFONO SONÓ. -Cuento neonormal.-


Un teléfono sonó.

Su elegante zumbido reverberó en los paneles de caoba que cubrían las paredes del enorme despacho. El hombre sentado tras el carísimo e impoluto escritorio descolgó con ademán contrariado.

- A ver, Puri. ¿Cómo tengo que decirte que no quiero que me pases llamadas?

- Lo siento, señor Presidente. Es una llamada de Estados Unidos- la Secretaria de Presidencia lo dijo como si ese dato justificase sobradamente la interrupción-  Del Departamento de Comunicación de Pharmatyrell Industries. Me dice que es urgente.

- Pásamelo inmediatamente - La cara del Presidente se tensó. Inconscientemente, esbozó su mejor sonrisa hipócrita, ésa que sólo utilizaba en tiempos de campaña electoral, mientras esperaba a su interlocutor.

- ¿Mister Fernandes?- El acento yanqui era cerrado. La voz grave.- Soy Aaron Dodson. ¿Me recuerda?

- Me llamo Sánchez, señor Dodson. Naturalmente que le recuerdo. ¿En qué puedo ayudarle?

- Sanches, Fernandes..¿qué más da? Mire, no tengo tiempo para cortesías. Iré al grano: Estamos muy decepcionados. Supongo que sabe a qué me refiero. 

- Esto...vamos a ver - El Presidente titubeaba- Si se refiere a la campaña de, en fin, de vacunación, ya sabrá que nuestras leyes aún no permiten...

- ¡Déjese de cuentos, Fernand...Sánches!- El tipo de la voz grave elevó ligeramente el tono.- Ya le dejamos claro lo que tiene que hacer. Va demasiado lento. Necesitamos más miedo y más dosis inyectadas. Llame a sus inútiles y demasiado bien pagados periodistas o reconsideraremos nuestra generosa oferta, ya me entiende. No le conviene cabrearnos, Fer...Sánches.

La sonrisa electoral del Presidente se congeló en una mueca macabra y ridícula.


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Un teléfono sonó.

En la redacción de la principal cadena de televisión del oligopolio mediático, su sonido se confundió con el de otras llamadas y con el rumor oficinesco que, en aquella hora previa a la emisión más importante del día, alcanzaba su culmen. El Director de Informativos, un hombrecillo chepudo y granujiento, tardó un poco en darse cuenta de que el que sonaba era su móvil personal.

- ¿Sí? - Aunque había reconocido en la pantalla el número del Ministerio, prefirió hacerse el sorprendido.

- Hola Antoñito. Escúchame que es importante -La voz de la Ministra seguía conservando el deje  ligeramente choni de sus tiempos de chica de alterne en una güisquería de barrio.- Me acaba de llamar el Presi.

- Qué bien.- El Director de Informativos adoptó su tono de compadreo respetuoso- ¿Qué se cuenta ese crack?

- Déjate de hostias, Antoñito.- El Presi está muy cabreado. La gente se está negando a inocularse el asunto, ya sabes...Incluso un porcentaje cada vez mayor de médicos y médicas está resultando negacionista y heteropatriarcal a pesar de nuestras amenaz...a pesar de nuestros consejos, quiero decir. Hay que acojonar más en los telediarios. Quiero que todos los días abras con la cifra de contagiados y contagiadas, que le eches la culpa a los botellones, a los que van sin mascarilla, a los bares...Lo que se te ocurra. Está en juego mi puesto y, como te imaginarás, también el tuyo. No te digo más.

La Ministra colgó sin que Antoñito tuviera tiempo de improvisar alguna de sus excusas habituales.


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Un teléfono sonó.  

Javier García, veinticinco años, Máster en Arquitectura de Sistemas, acababa de entregar su séptimo pedido del día. Pizza con anchoas. Antes de subirse a su scooter, vio que era una llamada de la central. 

- Dime, Mercedes. - En los seis meses que llevaba de repartidor en Pizza and Fritanga le había dado tiempo a tener cierta confianza con la teleoperadora, una Psicóloga clínica que, con siete meses de antigüedad, era la empleada más veterana de la empresa.

- Hola Javi.- Parecía más seria que otras veces.- Oye, te paso al jefe.

- ¿García?- El encargado de zona al que le gustaba que le llamasen "el jefe" tenía una voz tan desagradable como el tono chulesco con el que intentaba compensar sus complejos de analfabeto. - Oye, chaval, tendría que comentarte esto en persona, pero ando justo de tiempo y supongo que tú también. A ver, necesito saber si te has vacunado.

Javier García dudó un instante antes de contestar.

- Mira, no sé qué decirte. Me extraña que me preguntes una cosa tan privada.

- Ni privada ni leches - lo interrumpió el jefe- Oye, mira, esto es muy fácil. Me han dado órdenes de arriba de que tengo que tener vacunado a todo el personal antes del viernes. Así que tú verás.

Javier García, veinticinco años, Máster en Arquitectura de Sistemas, pensó en su madre, con su insultantemente escasa pensión de viuda. Pensó que sin su mísero sueldo de repartidor, las cosas se iban a poner todavía más difíciles en casa.


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Un teléfono sonó.

La madre de Javier García, reconoció el largo número del hospital. Al descolgar, el tono de voz de la enfermera, a medio camino entre la rigidez administrativa y la falsa conmiseración, la puso en antecedentes de lo que iba a escuchar a continuación. Que había habido una complicación inesperada. Una patología previa, por supuesto. Que los trombos y la miocarditis habían aparecido de improviso. Que la vacuna no había tenido nada, pero absolutamente nada, que ver en el fallecimiento de su hijo. 


J.L. Antonaya