Podría ser un
inicio cojonudo para una peli de ciencia ficción si no fuera porque la viajera
del tiempo, en lugar de hablar sobre una guerra contra las máquinas o de preguntar
por Sarah Connor, se limita a informar de que en el futuro del que proviene hay
una lejía que no destiñe la ropa.
En esa época
seguíamos creyendo que el futuro era un territorio mágico lleno de felicidad y bienestar.
Un tiempo en el que los avances tecnológicos producirían maravillas como los
coches voladores o la lejía que no destiñe.
Siempre me
he preguntado qué cara pondría el ama de casa del anuncio si la chica del
futuro le hubiera descrito el panorama de estos años veinte.
“- Hola,
vengo del futuro. Prepárate porque habrá un confinamiento obligatorio a nivel
planetario con el pretexto de una pandemia. No podrás salir de tu casa y, en
lugar de rebelarte por el encierro, aplaudirás desde tu balcón. Y llevarás puesto
un bozal obligatorio. Y te inocularán sustancias experimentales. Y todo te
parecerá fenomenal. Los banqueros impondrán una agenda en la que comer carne
estará prohibido excepto para ellos y sus palmeros. No podrás desplazarte con
libertad, no podrás disponer de dinero en efectivo y ni siquiera tendrás coche.
Te convencerán de que comer insectos es estupendo. Y estarás feliz de vivir en
la miseria porque creerás que lo haces, no para que una élite financiera y mediática
sea la dueña de todo, sino por el bien del planeta.”
La mujer de la lavadora pensaría que la chica del futuro habría fumado algo.
Qué ingenuos
éramos.
J.L. Antonaya