El hombre
que quiso parar la guerra era un hombre de otro tiempo. Para el hombre que
quiso parar la guerra, la Fidelidad era otro de los nombres del Honor. Y el Honor
era algo que daba sentido a la existencia. Por eso, los mezquinos hombres que
lo encarcelaron eran incapaces de comprenderlo.
Y lo odiaron con el mismo encono con el que
aborrecían al hombre que lo envió a dialogar con sus enemigos.
El hombre
que quiso parar la guerra vio como sus camaradas derrotados fueron asesinados
por los vencedores.
Las delirantes y absurdas acusaciones que
inventaron para calumniarlos eran tan disparatadas que incluso eran cómicas y
el hombre que quiso parar la guerra unió a veces su risa a la de sus camaradas ante
el siniestro sanedrín de sus verdugos.
El hombre que quiso parar la guerra pasó su vida encerrado en
una prisión pero jamás renegó de sus principios y, por eso, siempre fue un
hombre libre.
J. L.
Antonaya