Si han llegado hasta aquí es porque hay truco. El nivel de papanatismo que, sobre todo a raíz de la "pandemia", ha alcanzado la sociedad europea es algo que no se consigue solamente con el miedo - aunque también-. El entusiasmo con el que una parte importante de ese rebaño acepta y obedece las consignas de las diversas agendas globalistas no puede ser solamente producto de la cobardía -aunque también-o de la estupidez creciente -aunque también-.
Conseguir que una sociedad emprenda con alegría el camino de su propia aniquilación es algo que ni los más tremebundos tiranos de la Historia habían conseguido con la eficacia con la que lo han hecho los diseñadores y beneficiarios de las diversas plataformas, logias y sanedrines globalistas.
Hagamos un poco de memoria sobre algunos comportamientos suicidas que los mamporreros de lo políticamente correcto exhiben como logro:
Con el pretexto del fallecimiento de un traficante de drogas negro al ser arrestado en EE.UU. consiguieron que una multitud de imbéciles y tarados se arrodillasen ante la negritud pidiendo perdón por no se sabe muy bien qué. Se arrodillaron servilmente y estaban ufanos de su propia humillación abyecta y de renegar de su propia raza.
Con el pretexto de una más que cuestionable pandemia, consiguieron que gran parte de la población europea (en muchos otros países se pasaron las campañas de terrorismo informativo por el forro) aceptase confinamientos, prohibiciones y recortes a las libertades más elementales no solamente con resignación, sino con alegría. Todavía avergüenza recordar el entusiasmo de esa masa borreguil que aplaudía en los balcones a sus carceleros y que denunciaba a sus vecinos si estos no acataban la delirante tiranía covidiana.
Más tarde, al imponer la obligación -que hoy niegan- de inyectarse unas sustancias experimentales que no inmunizaban pero que hicieron ricas a las multinacionales farmacéuticas, toda una piara de periodistas de pesebre, cómicos sin gracia, palmeros de tertulia y teleputillas en general, se erigieron en inquisición mediática exigiendo los castigos más severos para los que nos negamos a inocularnos la sustancia.
Cuando, como consecuencia de la inoculación masiva, comenzaron a multiplicarse los casos de jóvenes deportistas muertos "repentinamente", de los fallecidos por ictus, por reactivación de cánceres ya superados, por miocarditis y por demás "inexplicables" males, la misma jauría mediática que había clamado por el encarcelamiento de los insumisos se apresuró a puntualizar que en ningún momento había sido obligatoria la inoculación. Que el que se pinchó fue porque quiso.
Obviando con su cara de cemento, los muy hijoputas, la prohibición de viajar, de entrar en un bar e incluso de poder ir a trabajar si no pasabas por el aro de las inoculaciones.
Lo cierto es que, a fecha de hoy, varios años después de la "pandemia" se sigue viendo a bastante imbécil luciendo el bozal covidiano. Y orgullosos de su sumisión y estulticia.
Más allá del gigantesco experimento de ingeniería social que supuso la creación, planificación y explotación del pánico, la escasa repercusión que tuvo la resistencia a la tiranía sanitaria, animó a la pandilla basura del Globalismo (los soros, schwartz, van der leyen, gates y la putísima madre que los parió a todos...) a pisar más a fondo el acelerador y a imponernos su delirante Agenda 2030 con la que, por ejemplo, están arruinando el campo español con regulaciones surrealistas mientras inundan el mercado con productos basura de Marruecos o de Israel. Con la que, por ejemplo, están obligando a echar el cierre a las explotaciones ganaderas europeas a causa de una sobrerregulación absurda. Con la que, por ejemplo, se están arrancando olivos centenarios para sustituirlos por antiestéticas e ineficientes placas solares.
El español biempensante y pastueño del siglo XXI no sólo no reacciona contra las agendas y dogmas que lo condenan a la esclavitud y a la miseria, sino que aplaude todas las iniciativas y disparates.
Porque hay truco: El truco del esclavo feliz. Del siervo orgulloso de serlo. Del palmero deseoso por demostrar ante su amo su incondicional sometimiento.
Los medios de desinformación masiva, la industria del ocio, los planes de estudio y hasta los programas de telebasura para marujas y charos inciden en la misma idea: La demonización del disidente. Y para ello han inventado todo un diccionario de términos-estigma (machista, homófobo, negacionista, xenófobo, facha...) que, cual sambenitos infamantes, descalifican y reducen a la condición de enemigo público a cualquiera que cuestione mínimamente sus dogmas.
Esto tiene la ventaja de que los mamporreros de las versiones oficiales no necesitan debatir con estos peligrosos rebeldes. Cualquier choni televisiva y toda la piara de broncanos, guarromings, monteros, buenafuentes, maestres y demás feladores del Pensamiento Único- generosamente pagados con nuestro dinero- están autorizados a burlarse con sus zafias gracietas de los disidentes sin tener que entrar en el fondo de los dogmas cuestionados por estos. Jugada redonda.
No es que salgamos a la arena del debate con las manos atadas a la espalda. Es que no hay debate. Es que la disidencia es en sí misma un delito.
Está claro que la solución a esta decadencia y a este suicidio como civilización no puede ser pacífica.