miércoles, 25 de diciembre de 2019

EL ÚLTIMO REY


Hay una copla anarquista que, a pesar del tremendismo algo ingenuo y valentón de aquellos matarifes de la CNT,  me resulta graciosa. Dice así:

Quemaremos la última ley,
borraremos el último mapa
y con las tripas del último Rey
ahorcaremos al último Papa. 

Quitando lo del mapa, que es resabio internacionalista y antinacional, el resto de versos siempre me parecieron hermosos, sugestivos y -visto el ganado de corona y de tiara de los últimos siglos- hasta higiénicos.

Al ver las actitudes, querencias, pompas y obras de los ejemplares en activo de ambos encastes, pareciera que conocen la coplilla antedicha y que, no haciéndoles gracia el desenlace profetizado, quisieran rehuirlo a base de genuflexiones, aculamientos en tablas y generosas felaciones ante los nuevos árbitros de la legitimidad política: esa mezcla de sanedrín, cotolengo y cheka que se ha dado en llamar progresía y que constituye el supremo sacerdocio de la nueva religión globalista, multicultural, feminista y políticamente abyecta.

No es el momento de analizar el vomitivo postureo progre del saco de guano porteño que anida en la cloaca vaticana. 

Allá los católicos con sus tragaderas, birlibirloques dialécticos, excusas y justificaciones.

Pero en lo referente a la otra ganadería, la de encaste francés que ayer amenizó por la tele los entrantes de la cena de Nochebuena, parece que el discurso denota una mayor sumisión y obediencia al Nuevo Orden Mundial de la que ya acreditó el campechano progenitor del actual discursero, que ya es decir. 

Y que sus melindres, guiños, mohínes y sobreentendidos denotan una falta de bravura pareja a la de su retatarabuelo, aquel Fernando al que llamaron El Deseado.

No vi el espectáculo en directo. Me parece un alarde de mal gusto y de mongoleo paleto el prestar atención a las sandeces, lugares comunes y babosidades que suelen adornar tales retransmisiones zarzueleras. Pero el resumen que algunos camaradas han publicado en las redes  me confirman que la capacidad emética del farfulleo borbónico alcanzó niveles de récord.

No hubo tópico, dogma, jaculatoria ni vulgaridad obligatoria de la neolengua progre que no fuese reglamentariamente glosada. La inmigración masiva y genocida, la tolerancia blandengue y suicida con las culturas hostiles que nos invaden, la resignación ante las crisis económicas planificadas por la finanza internacional y hasta la memez pijiprogre del postureo climático, fueron citadas, aplaudidas o disimuladas con la resignación más sonrojante y políticamente correcta.

Por supuesto, no hubo el más mínimo reproche al tontiloco monclovita que pacta con la escoria separatista y con lo más repulsivo de la progrez para garantizarse la poltrona. Que Pedro Sánchez ponga en peligro la unidad de España empieza a ser algo consabido y aceptado hasta por los cabestros con uniforme. 

Al fin y al cabo, el borbón ya le ha dado su visto bueno para que forme Gobierno  con una fauna que sería rechazada hasta en el casting de un reality show.

Con la posible y dudosa excepción de Carlos III -el menos borbón de los borbones- esta dinastía ha hecho gala de la mediocridad más ramplona, la corrupción más desvergonzada y la falta de escrúpulos más descarnada en sus nefastos reinados. Es un encaste flojo de remos y traidorzuelo que siempre ha tenido querencias y derrotes de peligroso manso. 

 Por eso, cuando muchos conversos, travelos ideológicos y soplagaitas de verbena que hace no tanto simulaban militancias patriotas hoy lamen verdosas y neoliberales botas con vítores al monarca y a la hedionda constitución que lo sustenta, es hora de mandarlos al último lugar del menosprecio. 

Y también a tomar por culo.

J.L. Antonaya