viernes, 27 de marzo de 2020

CHIVATOS, BORREGOS Y CHEQUISTAS


Suele decirse que las situaciones límite sacan lo peor y lo mejor del ser humano. Lo vemos a diario con esta pandemia. Aunque gestionada por los representantes más genuinos de lo peor, tiene a los mejores en primera línea de riesgo. 
Los mejores sufren la desfachatez, mala fe, ineptitud y vileza de los peores. Médicos y enfermeras sin apenas medios luchan como pueden contra un virus que se ha extendido por culpa de la imprevisión y sectarismo de unos políticos incapaces. 
Dentro del catálogo de bajezas que estos días de muerte salen, como la mierda, a flote, destaca la proliferación de chivatos y delatores que, con servilismo repulsivo fruto de su cobardía, señalan con el dedo a aquellos de sus conciudadanos que no muestran la suficiente sumisión y obediencia. 
Muchos de los garrulos que hace poco arrasaron con las estanterías de los supermercados, hoy se han convertido en pequeños comisarios políticos que señalan con el dedo y se escandalizan farisaicamente si un vecino tarda en pasear a su perro dos minutos más de lo que ha decretado el Amado Líder pijiprogre. 
El miedo está convirtiendo en sórdidos delatores a toda una legión de catetos y telespectadores (valga la redundancia) que, eso sí, todas las tardes salen a sus balcones a aplaudir disciplinadamente. Lo que en un principio era un espontáneo homenaje a los sanitarios que tenían que lidiar con la falta de organización y medios ante la epidemia se ha convertido -a semejanza de los aspaventeros "duelos populares" en las dictaduras comunistas cuando muere algún tirano- en prueba de sumisión y de buen comportamiento ciudadano y los que no lo hacemos estamos empezando a estar mal vistos. 
Este celo en perseguir al disidente recuerda a aquellas siniestras porteras que, en los años del terror frentepopulista delataban a cualquier vecino que fuera sospechoso de ser "fascista" para que fuera detenido y asesinado por los "defensores de la libertad" en alguna de las checas tan añoradas por la actual progredumbre.
Este comportamiento es alentado oficialmente. El propio Jefe de la Policía, ese tipo con pinta de desertor del arado que suele salir junto al siniestro Simón cuando imparte diariamente las consignas gubernamentales, ha alentado a los ciudadanos para que delaten a los desobedientes.
 Viendo a este marrajo con uniforme de madero es inevitable recordar a aquellos mastines que los cerdos de "Rebelión en la Granja"  tenían como guardia de corps. 
Como en el epílogo de la profética obra orwelliana, en esta distopía que padecemos, es cada vez más difícil distinguir al cerdo del hombre.

J.L. Antonaya