lunes, 16 de marzo de 2020

CUANDO ESTO ACABE.

Que sí, que el coronavirus es, por desgracia, real. Que mantener el confinamiento domiciliario de la población y el resto de medidas parece que, en principio, es algo necesario para frenar el avance del contagio. Vale.

Pero tampoco estaría mal que nos informasen un poco sobre el origen de la pandemia. Porque lo del chino comiéndose una ración de murciélagos fritos como causa ya no cuela. Los chinos llevan siglos comiendo guarrerías y nunca antes había pasado esto.
Pero parece que insinuar que el tema es un asunto de guerra bacteriológica que se les ha ido a alguno$ de las manos cuando intentaban frenar el ascenso económico de su principal competidor comercial es algo demasiado delirante. Mucho más lógico lo del murciélago, dónde va a parar. 
Posiblemente nunca sabremos quien empezó todo esto y los cada vez más obedientes, globalizados, y dogmáticamente correctos medios de comunicación relegarán esta cuestión a ese limbo de opacidad donde yacen temas como la autoría del 11-S o la vergonzosa instrucción judicial del 11-M. 
Eso por citar acontecimientos que, como el que ahora padecemos, fueron decisivos en el devenir histórico y político de las últimas décadas.
Porque a nadie se le escapa que este asunto del coronavirus, se trate de una gripe talla XXL, de un ataque bacteriológico descontrolado o de un plan perfectamente tramado en ciertos bilderbergs innombrables, va a tener consecuencias aún mayores -y peores- que los atentados de falsa bandera antes citados.   
Para hacerse una idea de los principales damnificados sólo hay que pararse a analizar algunas de las chapuceras medidas que la banda de Sánchez ha implementado, tarde y mal, para gestionar el desastre. Muestran un panorama bastante revelador del modelo social y económico que nos pretenden imponer. Y de las prioridades, filias y fobias de las actuales marionetas políticas, de cualquier color, que anidan en el monipodio parlamentario. 
Al fin y al cabo todos, desde los morados más demagógicos, los rojos más ineptos, los azul pálido más mojigatos o los pistachos más estridentes y falaces, sirven al mismo amo y, con distinto collar, forman parte de la misma rehala de perros pastores que conduce el gregario rebaño en que se ha convertido la sociedad española.
Y es que los perjudicados económicos por el masivo arresto domiciliario de los españoles no serán los funcionarios públicos, que tendrán su salario asegurado. Tampoco las grandes empresas que, si tienen alguna pérdida, la compensarán despidiendo a los trabajadores que estimen necesarios. Mucho menos la banca, acostumbrada a que el erario público pague sus pérdidas.
Los perjudicados serán los de siempre. Los pequeños empresarios, los comerciantes, los autónomos, los trabajadores... Lo único que la banda monclovita concede graciosamente a estos sectores -los más exprimidos por la rapacidad fiscal- es la posibilidad de aplazar temporalmente algunas de las gabelas que mantienen la elefantiásica burocracia del régimen partitocrático. Y gracias.
Todo esto no es casual. A pesar de que la extensión de esta epidemia se ha debido a la globalización y a la libre circulación de personas y capitales que propugna el neoesclavismo globalista, es precisamente el modelo neoliberal del Nuevo Orden Mundial el que saldrá reforzado.
Este gigantesco experimento de ingeniería social en que, lamentablemente, se está convirtiendo la emergencia sanitaria del coronavirus, ayudará a consolidar todos y cada uno de los objetivos que pretende el globalismo:
Una población sumisa y obediente, cada vez más acostumbrada a ser controlada y a aplaudir por ello. 
Una burocracia gigantesca para controlar, dirigir y exprimir a esa población.
Una economía liberal en la que unos pocos millonarios, mediante multinacionales que se pasan por el forro unos derechos laborales cada vez más exiguos, exprime a una masa trabajadora sometida a condiciones cada vez más precarias.
Esa masa trabajadora aceptará las condiciones neoesclavistas del uber o glovo de turno sin rechistar por miedo a quedarse sin empleo en un mercado laboral cada vez más precarizado por la inmigración masiva.
Curiosamente, en África, el caladero de mano de obra barata y de población de sustitución de los soros, openarms y demás negreros del Nuevo Orden Mundial, la incidencia de la epidemia está siendo menor.
Posiblemente, dentro de unas semanas, la tele nos dirá que el peligro ya ha pasado. Que algún laboratorio de Israel o de Estados Unidos ha encontrado la cura para el virus. 
Y, tras la alegría del momento, los centenares de miles de españoles que habrán tenido que cerrar su negocio o que habrán perdido su empleo sabrán que su futuro pasará por aceptar las condiciones laborales, las restricciones a la libertad de opinión y hasta de desplazamiento que les dicten los sanedrines globalistas. 

J.L. Antonaya