domingo, 28 de junio de 2020

LA MALDICIÓN DE CASANDRA

  
Casandra, la vehemente sacerdotisa de Apolo, la bella hija del Rey de Troya, fue bendecida con el don de ver el futuro y castigada con la maldición de no poder cambiarlo. 
  La voluntad divina había dispuesto que nadie creería jamás a Casandra. 
  Ni su propio padre.

Y así, Casandra sufrió doblemente el sangriento destino de su otrora orgullosa ciudad. A la pena de ver la vieja Troya arrasada por los astutos aqueos, se unió la desesperación de que nadie escuchase sus advertencias.
  Los que fuimos jóvenes inconformes durante esa época hedionda que los bacines de la prensa dieron en llamar la Transición, comprendemos mejor que nadie la Maldición de Casandra.
  Recordamos a un orador ilustre que ante miles de banderas tremolando en cines y plazas de toros - atestadas a pesar del boicot de los recién llegados inquisidores del nuevo régimen - advertía sobre el Finis Hispaniae. 
    La muerte de España. 
 Despedazada en diecisiete taifas corruptas. Carcomida por politicos felones, banqueros rapaces y periodistas sumisos. Desangrada por los asesinos separatistas. Envilecida por propagandas traidoras.
  Blas Piñar fue el primero en sufrir la Maldición de Casandra. Los cientos de miles de españoles que escucharon su verbo ardiente, patriota y erudito, le dieron la espalda y acabaron engrosando las filas de la derecha traidora, liberal y burguesa. El cada vez más escuálido, atomizado y perseguido sector patriota, ha derrochado esfuerzos, ha padecido exilio y prisión, y ha luchado en patética inferioridad de condiciones en la trucada arena electoral del régimen del 78 para, con la desesperada impotencia de Casandra, alertar sobre el desastre al que nos conducían los trileros de la política.
  Hoy, en la España de la pandemia feminista y de las mordazas obligatorias; de los sicópatas revanchistas en sillones ministeriales; de los monarcas corruptos y cobardes; de las marabuntas inmigrantes y los delincuentes subvencionados; de la Guardia Civil con bujarronas banderitas arcoiris; de los generales eunucos; de los esclavos felices aplaudiendo en los balcones; de la indiferencia ante el genocidio del covid y de la chusma arrodillándose ante los simios que destrozan estatuas, la Maldición de Casandra se hace tristemente patente en esta antesala de la miseria y la desolación.
  Los que nos tacharon de agoreros y extremistas se sorprenden e indignan ante la materialización de los males que pronosticamos hace décadas. 
  Pero ya es tarde. 
  El letal caballo multicultural ha sido introducido dentro de las murallas y ya nada podrá impedir que Troya vuelva a arder. 

J.L. Antonaya