Había, así, misas burlescas en las que se ataviaba a un asno con arreos de obispo o se emperifollaba con ropajes de noble a un gorrino. En esta tradición del cachondeo se enmarcan las mojigangas y farsas en las que se coronaba al bufón de la corte como rey por un día o se cedía la vara de alcalde a alguna prostituta célebre en el villorrio.
Aquellas celebraciones burlescas, llamadas Fiestas del Asno o de los Locos, fueron el origen de los Carnavales actuales.
Lo que evitaba que esta momentánea subversión de los valores establecidos degenerase en anarquía o en decadencia, era la conciencia generalizada del carácter de broma pasajera de estos eventos. La prostituta investida como alcaldesa o el bufón coronado sabían que,al día siguiente, volverían a su realidad cotidiana.
Sin esta aceptación generalizada, la alegría sana y festiva hubiera degenerado en obscena burla y en estupidez demente. En ese caso, la inversión de los roles dejaría de ser momentánea y pasaría a convertirse en un permanente disparate.
Es como si, hipotéticamente, un Ejército cuya misión es garantizar la independencia y soberanía de España se convirtiera en una fuerza auxiliar y mamporrera del imperialismo yanqui en sus misiones internacionales.
O como si, hipotéticamente, un Jefe del Estado, cuya misión debería ser liderar y garantizar esa soberanía e independencia, fuese un ridículo figurón luciendo en su solapa un símbolo de sumisión a las agendas globalistas.
O cómo si, hipotéticamente, en el colmo del insulto y la burla al pueblo al que deberían defender y a su Historia gloriosa, los mamporreros uniformados desfilasen ante el figurón de la rosca multicolor y todo el mundo creyese que esa opereta es la celebración del Día de la Patria.
Hipotéticamente.
J. L. Antonaya