martes, 23 de mayo de 2023

HIPROGRESÍA, CULPABILIDAD Y GLOBALISMO.

Recientemente hemos asistido a un festival mediático de victimismo y de sermoneo "antirracista" porque en un partido de fútbol alguien ha llamado "negro" a un futbolista de ese color.
Vamos a ver: 
Lo racista no es llamar "negro" a un negro. Lo racista es sustituir la palabra "negro" por algún eufemismo (afroamericano, subsahariano...) porque en el fondo consideras que "negro" implica inferioridad. 
Igual que tampoco lo "machista" es tratar a las mujeres como mujeres y a los hombres como hombres. Lo machista es reservar absurdas cuotas femeninas en determinados puestos directivos, organigramas empresariales o listas electorales. Estas cuotas sólo sirven para sembrar la eterna duda, ante cualquier puesto desempeñado por una mujer, sobre si ostenta dicho puesto por su capacidad o simplemente por su sexo. 
Esto de las cuotas tiene su miga. 
La delirante dogmática posmoderna ha establecido todo un corpus ideológico, doctrinal y económico-trincante sobre la victimización de determinados grupos humanos. 
Desde que la izquierda cultural decidió cambiar sus tradicionales postulados (lucha de clases, anticapitalismo...) por la reivindicación de minorías marginales, el catálogo de sujetos susceptibles de ser objeto de "ofensas" no ha parado de aumentar. Ya no sólo se victimiza a homosexuales, negros, moros o mujeres. Ahora también se "empodera", por ejemplo, a los gordos, y se establece el correspondiente pecado mortal o delito, la "gordofobia", para sumarlo al catálogo de sambenitos criminalizadores junto a los clásicos: "racista", "machista" y - ¡oh, cielos! - "fascista". 
El procedimiento siempre es el mismo:
En primer lugar se señala el colectivo al que se pretende victimizar (calvos, aficionados a la filatelia, gordas con granos, pelirrojos, bigotudas...) 
Luego se establece como delito grave cualquier conducta o expresión que pueda ser interpretado como "ofensa" para el grupo señalado y se le da un nombre que acabe en "... fobia" (gordofobia, calvofobia, pedorrofobia, soplapofobia, etc...).
 Ya sólo queda crear una red de asociaciones, confederaciones, y comederos subvencionados con cargo al erario.
 Estos   chiringuitos justificarán su subvención organizando todo tipo de eventos estrafalarios patrocinados, generalmente por el Ministerio de Igual Da (seminarios sobre el Coño de la Bernarda, exposiciones inclusivas y sostenibles sobre la Flauta de Bartolo...) y ¡alehop! No es magia, son tus impuestos. 
Al final, el objetivo no es que se deje de ofender a los negros, a los travelos, a las gordas o a los calvos. 
El objetivo es que nos sintamos culpables por todo (por ser blancos, por ser heterosexuales, por estar sanos, por ser españoles, por ser) 
El objetivo es convertirnos en un manejable y ecosostenible rebaño de imbéciles. 

J. L. Antonaya