miércoles, 31 de enero de 2024

LA DEMOCRACIA DE LOS DUENDES

 Érase una vez un reino de magia y fantasía en el que, con sus más y con sus menos, convivían cuatro tipos de duendes: Los Buenos, los Inteligentes, los Gilipollas y los Hijoputas. Un día los Hijoputas descubrieron que, por algún misterio mágico, los Gilipollas siempre son mayoría.
Dedicaron entonces todos sus esfuerzos a convencerlos de las grandes ventajas que les supondría someter a los Buenos y a los Inteligentes.
  Los Hijoputas sabían que con los Buenos y los Inteligentes fuera de juego podrían gobernar el reino y convertirse en los únicos dueños de sus riquezas. Siempre habría una banda de Gilipollas que los apoyaría y se creería sus mentiras.  Les dijeron a los Gilipollas que eran iguales que los Inteligentes, que ser vago da igual que ser trabajador, que ser tonto da igual que ser listo y que ser bueno da igual que ser malo. Hasta inventaron un Ministerio que se llamó Ministerio de Igual Da. Había nacido la Democracia de los Duendes.
Los Gilipollas creyeron que los beneficiados con la derrota de los Buenos y los Inteligentes serían ellos y se dedicaron con entusiasmo a eliminar cualquier vestigio de grandeza, bondad o belleza siguiendo las consignas de los Hijoputas.
Algunos de los duendes Gilipollas eran descendientes de Buenos y de Inteligentes y ahora se avergonzaban de sus orígenes. Eran los que más empeño ponían en hacer patente su gilipollez (a la que llamaban corrección política) y obedecían cualquier orden hijoputesca; desde tirar piedras a sus propios tejados, destruir las estatuas y profanar las tumbas de sus antepasados o ponerse de rodillas delante de otros Gilipollas para pedir perdón por supuestas ofensas.
 Y es que todas las grandes obras que el talento y el trabajo de los Buenos y los Inteligentes habían creado a lo largo de los siglos fueron consideradas ofensivas por aquellos que, careciendo de talento e inteligencia, se habían limitado a disfrutar de esas creaciones.
Los grandes templos de mármol y los bellos palacios de piedra fueron demolidos para no ofender a los que habían sido incapaces de construir otra cosa que chozas de paja.
Los delicados instrumentos musicales que habían conmovido con sus sinfonías incluso a los elfos y las hadas fueron destruidos para no ofender a los que creían que la música consistía en aporrear toscos tambores.
Los artísticos cuadros que parecían brillar con luz propia y en los que estaban retratados con bellos colores los acontecimientos más sublimes, fueron proscritos y sustituidos por telas con manchas sin forma. Y algunos Gilipollas pagaban por ellas auténticas fortunas.
Las justas y los torneos en los que los jóvenes demostraban su valentía también fueron prohibidos por los que habían convertido la cobardía en una virtud.
Y llegó un día en que hasta las bestias del bosque se horrorizaron al contemplar a las estúpidas criaturas surgidas de la mezcla aberrante y multicultural de Gilipollas con Hijoputas. Eran seres necios y crueles que asesinaban a sus propios hijos en el vientre de sus madres, dejaban morir a los ancianos en soledad y renegaban de su propia historia.
Cuando los Gilipollas, sumidos en la miseria y la degeneración, quisieron librarse de la tiranía de los Hijoputas, buscaron a algún duende bueno e inteligente para que los ayudase. 
Pero ya era demasiado tarde.  
La Bondad, la Belleza y la Inteligencia habían sido canceladas por políticamente incorrectas y todos habían muerto o desaparecido.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

                                                                     J.L. Antonaya