lunes, 15 de enero de 2024

SOBRE EL SUICIDIO.

 


Vivimos tiempos suicidas. La civilización europea fenece cultural, económica, demográfica y espiritualmente en un gran suicidio asistido por la globalización, el multiculturalismo y la endofobia.

 Millones de inmigrantes extraeuropeos invaden impunemente nuestro suelo para beneficio de oenegés mafiosas, empresarios sin escrúpulos y políticos felones.

 Los cada vez más menguantes beneficios sociales de las agotadas democracias liberales son acaparados por esta marabunta exógena y las escasas protestas en contra de este suicidio-genocidio son acalladas y criminalizadas por unos medios de desinformación cada vez más sumisos al poder político y financiero.

Al mismo tiempo, el núcleo vital de la sociedad desde hace milenios, la familia, es víctima de una eutanasia consentida por una población cada vez más inculta, cobarde y estúpida.

Desde el nuevo dogma inquisitorial de la Ideología de Género se persigue sañudamente cualquier atisbo de disidencia frente al Pensamiento Único Políticamente Correcto.

Decía Chesterton que llegaría un día en que habría que desenvainar la espada por afirmar que el césped es verde. Ese día ya ha llegado. Decir que los hombres tienen pene y las mujeres vagina es un delito perseguible por los tribunales, Y lo malo es que no hay nadie -todavía- que desenvaine una espada para defender la verdad. 

En esta atmósfera decadente y autolesiva, el concepto de suicidio se ha convertido, paradójicamente, en un tabú.

Se ocultan sistemáticamente las cifras crecientes de suicidios entre nuestra población. Y no, como en otras épocas, por un repudio moral del hecho suicida en sí, sino para evitar llamar la atención de la opinión pública sobre las causas de este aumento de muertes autoinfligidas.

Los datos sobre suicidios, salvo alguna fugaz reseña en la prensa de sucesos, son silenciados sistemáticamente por los mismos periodistas que ocultan, por ejemplo, la nacionalidad de los delincuentes para evitar que se sepa que en la abrumadora mayoría de los crímenes cometidos en España los autores son inmigrantes.

Y es que las cada vez más escasas filtraciones estadísticas de información sobre el tema, desvelan que los españoles, aparte de los lamentables casos patológicos consecuencia de depresiones endógenas, se suicidan por causas que ponen en entredicho las bondades del sistema (desahucios de vivienda, consecuencia de los abusos bancarios institucionalizados;  depresiones y transtornos consecuencia de la confusión en la identidad sexual provocada por la ideología “woke”; despersonalización potenciada por un sistema que convierte el trabajo y al trabajador en simples mercancías; etc...).

Más allá de las burdas y torticeras censuras e inquisiciones de la dictadura políticamente correcta y de sus bastardos intereses políticos, para analizar, con cierta perspectiva de profundidad, el fenómeno del suicidio hay que examinar dos de sus facetas más definitorias: las causas que lo motivan y su consideración ética en las diversas tradiciones históricas y contextos culturales.

Ambas facetas están, como veremos a continuación, estrechamente relacionadas entre sí. Aunque, en general, en todas las culturas se reprueba moralmente el suicidio, hay determinados casos en que se considera aceptable o incluso honroso en función de sus motivaciones.

En la tradición guerrera japonesa, por ejemplo, el seppuku o suicidio ritual es una práctica honorable para limpiar el honor del samurai o de su señor. Una variable del suicidio ritual por honor es la que conlleva un componente de protesta o denuncia ante una situación injusta o infamante.

Es el caso de los monjes budistas que se suicidaban prendiéndose fuego en protesta por la invasión china del Tibet, o los casos de Yukio Mishima o, en el ámbito europeo, Dominique Venner, que convirtieron sus muertes voluntarias en un acto reivindicativo de denuncia contra la alienación cultural de sus respectivas patrias.

Otra variedad de suicidio guerrero nipón consiste en atacar a un enemigo muy superior en fuerza a pesar de saber que tal acto conllevará ineludiblemente la propia muerte. Las cargas suicidas en Iwo Jima o los pilotos kamikazes son paradigmas de este heroísmo extremo. Hasta tal punto estaba asumida esta cultura del honor entre los soldados japoneses que el General Kuribayashi, defensor de Iwo Jima, hubo de prohibir esta práctica entre sus tropas para no desbaratar sus planes de defensa.

En el Bushido se considera aceptable también el suicidio ritual con carácter preventivo para evitar caer en las manos del enemigo y sufrir torturas y deshonras. En este contexto, a pesar de la distancia cultural y geográfica, se pueden encuadrar suicidios como el del Doctor Goebbels y su familia ante el avance del Ejército Rojo y sus aliados angloamericanos que estaban arrasando Alemania a sangre y fuego con millones de asesinatos y violaciones entre la población civil indefensa.

No hay que hacer un gran esfuerzo de imaginación para suponer lo que la soldadesca soviética o americana hubiera hecho con la mujer y los hijos del ministro alemán si los hubieran capturado vivos.

En el budismo por su parte, con su concepción de la existencia humana como una sucesión de reencarnaciones que van depurando el espíritu hasta alcanzar el nirvana, el suicidio se considera un acto necio.

Algunos textos budistas incluyen, sin embargo, casos de suicidio que Buda mismo aceptó y perdonó. Habla por ejemplo, de los suicidios de Vakkali (Sutta Vibhanga, Vinaya III) y de Channa (Majjhima Nikaya III) cuya causa fueron enfermedades dolorosas e irreversibles.

Buda alaba a estos suicidas no porque buscaran evitar el sufrimiento de sus enfermedades terminales sino porque sus mentes carecían de egoísmo y estaban “iluminadas”.

En la mitología hindú, por su parte, se condena generalmente el suicidio salvo casos concretos regulados específicamente. Por ejemplo en el  Dharmasasthra (Libro del la conducta moral) se permite el suicidio de la viuda durante el funeral del esposo (suttee) o la inmolación de todas las mujeres del poblado o tribu para evitar su violación por el enemigo en caso de guerra (jauhar).

En la mitología hebrea también hay referencias al suicidio y no es considerado especialmente reprobable. En sus mitos abundan los casos de suicidio, algunos de ellos en su modalidad asistida como, por ejemplo, el de Abimelec, herido por una piedra lanzada por una mujer. El judaísmo, como el islamismo, considera a la mujer un ser impuro por lo que ser muerto por una de ellas se tiene por infamante. El susodicho Abimelec pide a su escudero que lo remate para escapar a esta vergüenza (Jueces 9:54). Otros casos de suicidio recogidos por esta mitología son los de Sansón, Saúl, Eleazar, Judas, etc…

En otros ámbitos míticos más próximos a nuestra cultura, como el grecorromano o el nórdico, también se aborda la consideración moral del suicidio.

En la Grecia clásica el suicidio se consideraba un acto reprobable. Aristóteles afirmaba que el deshonor acompañaba al suicido. Platón, por su parte, lo consideraba un “acto injusto”. En algunas ciudades como Tebas o Chipre, los cadáveres de los suicidas eran arrojados al otro lado de la frontera. Se consideraba el suicidio un acto de egoísmo que perjudicaba a la comunidad.

Aunque numerosas tragedias griegas se culminan con el suicidio del protagonista, los griegos no lo consideraban un acto heroico sino un desenlace trágico y lamentable.

En Roma, por su parte, según afirma Valerio Máximo en su obra “Hechos y dichos memorables”, el ciudadano que quería suicidarse debía pedir permiso al Senado que, si aceptaba su petición, le proporcionaba un práctico frasco de cicuta para facilitarle la labor.

Tito Livio cuenta el caso del suicidio de Lucrecia, esposa de Lucio Tarquino Colatino, personaje que, junto a Lucio Junio Bruto, derrocó a la monarquía romana y fue uno de los primeros cónsules de la República. Lucrecia fue violada por Sexto Tarquino, hijo del último rey de Roma. Se suicidó por esa deshonra, clavándose un puñal en el corazón. Hablando de suicidios en la época romana son inevitables las referencias a los de marco Antonio y Cleopatra.

En la mitología nórdica son escasas las menciones al suicidio, aunque alguna hay, como la de la doncella Ogn, que no deseaba ser esposa del gran héroe Starkad y prefirió el suicidio.

Una faceta muy práctica y socorrida del suicidio es su utilización como excusa, coartada o justificación para encubrir asesinatos. Casos como los de Marilyn Monroe o Rudolf Hess son paradigmáticos en este sentido.


J.L. Antonaya