España herida, ronca de estertores,
yacía junto a la fosa y, sin embargo,
se despertó furiosa del letargo
para enterrar a sus enterradores.
Hoy decretan histérica memoria
los que prescriben gestas y nobleza.
Les sigue abochornando su vileza
y les sigue escociendo la Victoria.
No importa. Sus arcadas de bilioso
son floridos laureles honorables
en este oscuro tiempo emputecido.
Lo ofensivo, insultante y deshonroso
sería el elogio de estos miserables
que embozan su ignominia con olvido.
J.L. Antonaya