martes, 21 de mayo de 2019

AMANCIO ORTEGA, SANTO PATRÓN DE LOS LIMOSNEROS.



Se dice que, durante la Guerra Civil, la propaganda nacional -controlada ya desde la retaguardia por los cedistas, clericales y reaccionarios- elaboró unos carteles con la leyenda." ¡Caridad! Ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan". Se cuenta que Manuel Hedilla, -Jefe Nacional de la Falange antes de que el Decreto de Unificación castrara al nacionalsindicalismo- se indignó al ver dichos carteles y dio orden de que se cubriera la palabra "caridad" con unas hojas en las que ponía "¡Justicia!".    

Creo que pocas anécdotas ilustran mejor la diferencia fundamental entre dos formas de entender la existencia. La del derechista, egoísta e hipócrita, que concibe la ayuda al desfavorecido como interesada limosna para mantener tranquilos a los pobres y la del patriota revolucionario que reclama la Justicia Social como condición inseparable del concepto de Patria.
La caridad, ese santurrón aspaviento de repartir limosnas al necesitado, es humillante para el que la recibe y degradante para el que la dispensa. Tiene el tufo judaico del gesto aparentemente desinteresado que esconde el cálculo egoísta de lavar malas conciencias.O de comprar hipotéticas salvaciones en otras vidas al precio de unas migajas.
La última polémica en el ramplón mentidero de las redes sociales la ha provocado la donación de no se qué equipos médicos a la Seguridad Social por parte de un multimillonario que ha hecho su fortuna gracias a la deslocalización de sus empresas textiles, ubicadas en países del Tercer Mundo. 
Multitud de sufridos contribuyentes que soportan una presión fiscal infinitamente superior a la del acaudalado donante, han aplaudido el gesto y poco les ha faltado para exigir su canonización inmediata -¡santo súbito!- 
En una época electoral como la que actualmente padecemos, en la que la ya habitual estupidez y demagogia de la partitocracia alcanza niveles de récord Guinnes, la limosna de marras ha alcanzado rango de debate nacional. 
La izquierda pijiprogre de los casoplones en Galapagar ha criticado farisaicamente esta limosna para dar así carnaza a su babeante electorado. 
Por su parte, la derecha más verdosa, globalista y asilvestrada esgrime el rechazo de los podemeros como patente de legitimidad para el repartidor de limosnas.
Tan superficial y sobreactuada es una actitud como la otra.
Ni las donaciones de Amancio Ortega van a salvar el modelo quebrado de la Seguridad Social, ni se puede culpar a un empresario de enriquecerse gracias a un modelo fiscal injusto y a una legislación que no penaliza la deslocalización de empresas.
Igual que el tonto del proverbio que mira el dedo cuando se le señala la luna, el electorado español, entretenido con el asunto de la limosna, no se plantea cuestiones como la sobrecarga de la Sanidad Pública por una inmigración descontrolada e innecesaria, la precarización del mercado laboral por la misma causa o la injusticia suicida de un modelo fiscal basado en el saqueo a las clases medias y a los autónomos mientras las grandes fortunas apenas pagan impuestos.
Al final, tras los aspavientos electoreros y reparto de prebendas, siempre son los mismos los que se alzan con el santo y la limosna.