sábado, 25 de abril de 2020

LA GUERRA DESPUÉS DEL VIRUS


Cuando, expresándolo de forma castiza, se tienen los huevos negros por el humo de mil batallas, se suele llegar a la conclusión de que en política no existen las casualidades.

En este tiempo de muertos y mentiras estamos acojonados, indignados y perplejos por el coronavirus, por su negligente y criminal gestión, por el Estado policial que la chusma con mando en plaza nos ha impuesto aprovechando la situación y por los miles de muertos que nos está costando todo el asunto.
Muertos que son obedientemente ocultados y convertidos en simples estadísticas por los medios de comunicación. En las teles españolas no se ven imágenes de cadáveres ni escenas de dolor de los familiares de las víctimas. Tampoco testimonios de los sanitarios desesperados por la falta de medios y la desatención de las autoridades.
En las redes sociales la Stasi gubernamental (Nueva Trola, “verificadores independientes” y demás sanedrines del Pensamiento Único) censuran directamente cualquier publicación que cuestione o critique la gestión de la pandemia.  
Los mismos periodistas vomitivos que hace unos años convirtieron en drama nacional la necesidad de sacrificar un perro por la crisis del Ébola, ahora evitan cualquier escena que pudiera inquietar el buenismo gregario y santurrón de los aplaudidores de balcón.
En las teles españolas no hay lugar para la indignación, el dolor ni el luto por las víctimas. Hasta han hecho una serie “de risa” frivolizando el asunto. Protagonizada, como no podía ser de otra forma, por un Bardem. Y no se sonrojan ni un poquito.
Toda este esperpento macabro y obsceno hace que estemos pendientes de las mil y una miserias cotidianas con las que los políticos de todos los signos intentan arrimar el ascua de la epidemia a su sardina partidista y no analicemos ni prestemos atención a las consecuencias que nos esperan.
Hay una frase, no por sobada menos cierta, que afirma que lo que caracteriza a un gilipollas es que, cuando le señalas la luna, se queda mirando el dedo. La frase no es textual, pero creo que se me entiende. El coronavirus ha agilipollado al planeta entero y el dedo ensangrentado de la estúpida y malévola gestión política de la pandemia, oculta la luna de un gran cambio de paradigma social y cultural.
 Es difícil todavía evaluar todo el alcance que tendrá el asunto aunque algo se va intuyendo.  Y la cosa acojona bastante.
El escenario que se va dibujando va pareciéndose cada vez más a una novela ciberpunk (Estado policial, chip subcutáneos y demás martingalas para el control de la población, fomento de la delación entre los ciudadanos por parte del Gobierno, endeudamiento de las naciones como paso previo a su total sumisión a la finanza internacional, miseria y ruina económica, restricciones a la libertad de movimiento…) Es como si el guión hubiera sido escrito por un comité formado por el autor de los Protocolos de los Sabios de Sión, un delegado de la Fundación Rockefeller y un publicista de las farmaceúticas de Bill Gates.
Hace tiempo que la lucha política ya no se establece entre esos dos espantajos conceptuales llamados derecha e izquierda. Hoy la izquierda defiende los mismos planteamientos globalistas y usureros que la derecha.
Los emporios subvencionados de la progresía (openarms, opensocietys y openojetes de todo tipo) recubren con un barniz de buenismo santurrón las grandes operaciones del capitalismo internacional. La inmigración masiva extraeuropea, pensada para mantener bajos los salarios, es defendida por sindicatos y partidos de izquierda. El multiculturalismo, que pretende formar una sociedad de mestizos sin identidad ni referencias culturales, un rebaño sumiso para consumir y trabajar, es presentado por la progresía como algo deseable y socialmente avanzado.
El izquierdista no es más que un derechista que se ducha poco.  
Pero hay quien todavía mira el dedo cortoplacista y hasta aboga porque el sector socialpatriota se vuelva a convertir en guardia de la porra de la derecha más carca.
Hace poco, en algún digital “del mundillo”, alguien criticaba la “equidistancia” de los que no tragamos con la hemiplejia mongola de las derechas e izquierdas. Venía a decir que, hombre, no seamos así, que el problema es la banda izquierdosa que se aposenta en la Moncloa, que, en el fondo, los de derechas son buenos chicos y hasta nos dan palmaditas a veces.  
Que lo que hay que hacer es echar a Pedro Sánchez y luego ya veríamos.
Para el autor del artículo, que confundía equidistancia con coherencia, todo el problema consistía en cambiar de collar al perro y sentar en la Moncloa a Abascal, a Casado o a algún otro representante de la derecha liberal defensora de la libre circulación de capitales y de trabajadores. El mismo planteamiento que los rogelios pero con pulseritas rojigualdas.
La lucha que nos espera es otra. En un bando estarán los defensores de un Gobierno mundial controlado por la élite financiera. Y en el otro los que defendemos las soberanías nacionales como garantía de la libertad y la identidad de los pueblos.
Los que defienden la amalgama multicultural que fabrica individuos sin referencias culturales, raciales ni nacionales -fácilmente sometidos por ese Gobierno mundial- frente a los que defendemos la familia y la estirpe como seña de identidad y núcleo de la sociedad que se encarna en un Estado nacional y soberano.
Hoy mismo he leído que el Vaticano está a favor de – cito textualmente al diario casposo-monárquico más conocido - “la creación de una autoridad mundial que controle el sistema financiero”. Con un par. La gusanera eclesial ya no se corta a la hora de mostrar sus afinidades y obediencias. Los que algún Papa calificó como “hermanos mayores” dictan cada vez menos disimuladamente las declaraciones de sus “hermanos menores”.
En la guerra que viene, el Papa, el FMI, Bill Gates, los Rotschild y los diversos lobbys progres financiados por Soros están en el mismo bando.
Y a los que estamos enfrente nos esperan tiempos difíciles y ya no nos quedan ni cobardes que depurar.  
No queda sino apretar el culo y esperar la cornada procurando estorbar y molestar lo más posible a la banda de cabrones y usureros que aparecerá para recoger los frutos de su puto virus.


J.L. Antonaya