sábado, 19 de septiembre de 2020

CARTA A UN ESCOLAR CON MASCARILLA


Sigues sin entender muy bien por qué tienes que llevar puesta una mascarilla para ir al cole. Cuando has preguntado a tus padres te han dicho algo sobre la enfermedad que mató en marzo a tu abuelo. Tus padres siguen creyendo que eres un bebé y que no te enteras de las cosas, pero ya eres capaz de relacionar los retazos de conversaciones y lamentos de los días del encierro. – “no hay respirador si eres mayor de… ‘, “… cuarenta y ocho horas en una sala de espera… “,” residencias abandonadas por sus empleados… “ -. Sabes o intuyes que al abuelo lo mató la desatención y el abandono. 
Nunca entendiste por qué había que aplaudir todos los días a las ocho. Era algo que al principio te parecía un juego divertido, como cuando papá se disfrazaba de payaso en tus fiestas de cumple. Pero luego te llegó a parecer un aburrimiento aunque no lo decías para no disgustar a tus padres. Igual que cuando te reías de sus chistes sin gracia. 
Ahora, con tu mascarilla y sin poder acercarte a tus amigos – “no hay que dar besos ni abrazos ¿vale? “- te sientes como aquella vez que tu hermano mayor te escondió los Legos por gastarte una broma y dijo que los había tirado a la basura. Cuando vio que empezabas a hacer pucheros te dio un abrazo y te dijo que era una broma. Ahora esperas que la seño también te diga que lo de no poder jugar con tus compañeros también es una broma. Pero no.
 Supones que es otra de esas cosas incomprensibles que parecen formar parte del cole. Como el día en que, en el comedor, preguntaste por qué a los niños moros les ponían un menú especial y te dijeron que era porque su religión les prohibía comer cerdo. Tú dijiste entonces que a ti la tuya te impedía comer coles de Bruselas. Pero no coló y esa profesora que parece un profesor les envió una nota a tus padres con palabras raras – islamofobia, intolerancia—que enfadó y asustó a tu padre. Todavía recuerdas aquella charla que te dieron sobre lo enriquecedor que era que hubiera niños magrebíes en el cole. Mientras la profesora que parece un profesor te decía eso, tú te acordabas del niño magrebí que te quita todos los días el bocata. Eso debía ser lo del enriquecimiento cultural. Ahora, las charlas sobre lo bueno que es chivarse de los que se quitan la mascarilla te recuerdan a aquello. Te aburren y te desconciertan igual, sólo que ahora todo es más triste.

J. L. Antonaya