domingo, 1 de noviembre de 2020

EL DEDO, LA LUNA Y LA TELE.


Un conocido dicho afirma que lo que define a un tonto es que, cuando le señalas la luna, se te queda mirando el dedo. 
Está empezando, venturosamente, una ola de protestas contra las medidas que, con el pretexto del virus, pisotean nuestros derechos básicos y nos arruinan. ¿Y en qué se fijan los medios de comunicación que hablan del asunto? En los moros y chorizos que, fieles a su naturaleza, aprovechan cualquier oportunidad para saquear tiendas. Eso es fijarse en el dedo.
 La piara periodística riza el rizo de lo ridículo para seguir las consignas gubernamentales y desacreditar a los españoles que, arruinados por la ineptitud criminal de Sánchez y sus secuaces, salen a la calle a protestar. 
Unas veces son tachados de "negacionistas", el nuevo sambenito para señalar a los que cuestionan las confusas y contradictorias versiones oficiales sobre la enfermedad. 
Otras veces son "de extrema derecha" sea lo que sea que eso signifique para el rebaño ágrafo que anida en las tertulias telebasurientas. 
Cuando los símbolos y comportamientos de algunos manifestantes delatan su pertenencia a bandas de antifas, hablan de "radicales de extrema izquierda", la eufemística forma para referirse a lo que comúnmente conocemos como guarros.
Y claro que hay moros, antifas y otros chorizos en estas protestas. Pero no dejan de ser el molesto e inevitable acompañamiento de cualquier jaleo.
 Lo que los medios al servicio de la desinformación institucional intentan ocultar es que, más allá de los anecdóticos y desagradables episodios protagonizados por estos colectivos delincuentes, las protestas y los enfrentamientos contra las fuerzas represivas son la manifestación del hartazgo de los españoles ante un régimen corrupto y nefasto que, en los últimos cuarenta años, ha mantenido en el poder a la peor gentuza posible. Y que nos está llevando al hambre y a la miseria. 
La partitocracia parlamentaria es un mecanismo perfecto de selección natural inversa que hace que sean los más deshonestos, cínicos y mentirosos los que se perpetúan en las instituciones.
Y esta crisis sanitaria criminalmente gestionada ha puesto de manifiesto la ineptitud intrínseca de los políticos amamantados por el erario al amparo de la nefasta Constitución de 1978. 
Y los españoles están hartos de que los estafen, exploten y engañen con birlibirloques electorales, neolenguas mentirosas y buenismos endófobos. 
Hartos de que sus impuestos sirvan para alimentar a políticastros corruptos, cocougeteros holgazanes, feministas histéricas, chiringuitos guerracivilistas y delincuentes juveniles importados de Marruecos.
Hartos de la pinza globalista entre la endofobia de la izquierda y la codicia de la derecha que, con la inmigración masiva y descontrolada, precariza hasta extremos indecentes las condiciones de trabajo.
Hartos de que la clase media y trabajadora sea la única que, merced a una fiscalidad rapaz, mantenga con su esfuerzo el entramado de una Administración elefantiásica y corrupta.
Hartos de no poder pasear, trabajar o divertirse como consecuencia de oscuras consignas mundialistas de sometimiento social. 
 Y por eso salen a la calle a protestar.
Y por eso el poder moviliza contra ellos a sus antidisturbios más asilvestrados.
Lo de los chorizos y los antifas es la última tramoya para distraernos y que miremos al dedo en vez de a la luna. 
                                                                                                                               J.L. Antonaya