lunes, 21 de abril de 2025

LISONJA PARA UN PAPA DIFUNTO

 A raíz del fallecimiento de Bergoglio tendremos que sufrir durante los próximos días la esperable sobredosis de opiniones, comunicados, entrevistas, pésames y mensajes habituales en estas ocasiones.

Lo curioso y revelador esta vez es ver el pelaje de los que lisonjean al finado. No hay tertuliano progre, político profesional, periodista pesebrero o marisabidilla feministoide que no entone sentidos panegíricos por el argentino y que no alabe su presunta defensa de los más pobres, su compromiso con no se sabe muy bien qué ideas de progreso y hasta su preocupación por el "cambio climático".

Quizá la mejor manera de conocer a un personaje sea contemplar la ralea moral de los que lo aplauden.

En nuestra tradición funeraria, resulta obligado alabar las virtudes del muerto y obviar sus fallos y debilidades. Esto es una exigencia de la cortesía y del buen gusto.

Dicho esto, creo que es de justicia recordar que el difunto Papa fue el que dijo, en la pasada plandemia, que "vacunarse" era un "acto de amor". Más que nada para que los familiares de los miles de católicos fallecidos a causa de las inoculaciones recuerden en sus oraciones al Pontífice fiambre.

Para valorar debidamente su talante, no hay que pasar por alto el hecho de que no movió un dedo para evitar que se profanasen las tumbas del Jefe de Estado que más prebendas concedió a la Iglesia en el siglo XX y de un líder político que fue asesinado por los antecesores ideológicos de los que hoy gobiernan España.

Su labor como responsable máximo del patrimonio monumental eclesiástico debe ser valorada recordando que no ha movido un pontifical dedo para evitar que la Basílica del Valle de los Caídos sea reconvertida en un parque temático del revanchismo y la tergiversación histórica.

Tampoco hay que olvidar su aplauso a los dogmas globalistas de la Agenda 2030 o su desprecio a España. Resulta cuando menos curioso que dijera que teníamos que "pedir perdón" por conquistar y civilizar el Nuevo Mundo.

Que el máximo dirigente de la institución que más se benefició de la Conquista de América haya mostrado sin disimulo su animadversión hacia la nación a la que la Iglesia debe su misma existencia, es revelador de la talla moral del Santo Padre que hoy ha ido a reunirse con quien le corresponda.

J.L. Antonaya